07 May

VALORACION


 El pensamiento político de Kant
Y en realidad toda su obra filosófica- constituye el punto de referencia clave desde el que se va a configurar todo el pensamiento contemporáneo, bien sea para rebatir las tesis kantianas o bien para adecuarlas a las nuevas necesidades y características de las sociedades actuales.
Desde esta perspectiva, la filosofía actual desarrolla un debate entre los detractores de Kant y el proyecto ilustrado (Derrida, Foucault, Vattimo … )y los que, reconociendo las deficiencias de dicho proyecto, apuestan por una renovación y actualización del mismo (Habermas, Apel, … ).

A partir de aquí trataremos de valorar algunos de los aspectos más sobresalientes que, a mi juicio, se encuentran en la filosofía política kantiana. En primer lugar, el cosmopolitismo kantiano, su concepción de las relaciones humanas y sociales no sólo dentro del marco estricto de una sociedad, sino con unas miras mucho más amplias que atienden a todos los seres humanos como miembros de una comunidad mundial. Kant habló ya de unas condiciones de hospitalidad que debían garantizarse a cualquier persona, del derecho de todo hombre a circular libremente por el planeta. Esta actitud contrasta con las actitudes nacionalistas y xenófobas que están caracterizando, cada vez más, a nuestras sociedades. La defensa de la identidad nacional, los derechos del pueblo vasco, catalán, o vaya usted a saber qué, el rechazo del Otro como alguien semejante a mí, .. » son actitudes que se generalizan en los llamados países desarrollados e industrializados. Frente a esto es necesario reivindicar- y para ello Kant puede ser un punto de referencia crucial- el reconocimiento de la igual dignidad de todos los seres humanos como miembros del reino de los fines, independientemente de su condición, raza o sexo. En definitiva, reconocer el mestizaje del que todos provenimos, que constituye el fundamento de la especie humana y por el que pasa necesariamente el futuro de ésta.

Por otro lado, La Paz Perpetua, fundamentada en la Constitución Republicana, postula ya algo que en los siglos venideros será un hecho: una federación de Estados, encaminada a mejorar las relaciones entre los distintos países, como paso previo a la instauración de un Estado mundial, garante máximo de la paz. La Sociedad de Naciones, primero, y la ONU, después, no son sino ese intento de armonizar, quizá más ideal que realmente, las relaciones internacionales. No obstante, detrás de la paz juegan otros intereses, fundamentalmente de carácter económico que limitan cualquier posibilidad de alcanza¡» el fin último de dicha constitución: la paz perpetua.

El último aspecto que quisiera destaca¡’ es la importancia que Kant concede a la idea de división de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) como elemento crucial para cualquier sistema político. Esa división se hace aún necesaria si atendemos a los acontecimientos políticos producidos a lo largo del s.XX. Las dictaduras fascistas, el nazismo y los regímenes autoritarios comunistas no son sino la expresión clara de lo que puede suceder en una sociedad en la que uno solo, –o un grupo reducido- poseen la potestad de legislar, de ejecutar sus leyes y de decidir cuándo se incumplen y qué penas traerá consigo su violación. La división de poderes garantiza el respeto de los derechos fundamentales de todos los ciudadanos, incluso de aquellos que se hacen indignos por la monstruosidad de su acción

RELACION


El pensamiento político se enmarca dentro de la corriente conocida como contractualismo. Su pensamiento surge en un clima de optimismo propio del período ilustrado y recoge las influencias de otros teóricos importantes como Montesquieu, Rousseau o Hobbes.
En efecto, Kant introdujo en su filosofía práctica la idea de contrato social que conoció gracias a la obra de Rousseau. Sin embargo, entre ambos planteamientos existe un salto cualitativo importante. Para Kant, el contrato social es una idea regulativa de la razón práctica, un postulado trascendental, es decir, el contrato social es ya una norma en sí mismo. Una idea de la razón pero con indudable vinculación práctica, pues obliga al legislador a que actúe «como si» las leyes que dicte pudieran haber nacido de la voluntad general de todos. Esta voluntad general y la idea de contrato social representan, pues, un ideal de la razón. Esto significa que no se trata de hipótesis históricas, ni de algo que se podrá realizar en un futuro más o menos utópico, sino simplemente que son un punto de referencia regulativo para legitimar o deslegitimar las prácticas políticas reales. En Rousseau, la voluntad general es la voluntad unida de todo el pueblo, que solo atiende al interés común, frente a la voluntad de todos, que no es sino una suma de las voluntades particulares, y que sólo atienden a intereses particulares.

Además, existe otra importante diferencia con respecto a la idea de soberanía. En efecto, para Rousseau la soberanía recae en el pueblo, es decir, el auténtico soberano es la voluntad unida de todo el pueblo, de tal manera que ese mismo pueblo sometido a leyes debe ser el legislador de las mismas. Todo el pueblo es legislador. Para Kant, el soberano, monarca o diputados, es elegido por el pueblo, por los ciudadanos. Los legisladores son representantes del pueblo, a diferencia de Rousseau. Ahora bien, Kant distingue entre ciudadanos pasivos y ciudadanos activos, y otorga el derecho de participación política -derecho de ciudadanía- a los ciudadanos activos. El fundamento de esta distinción es la independencia económica de los individuos. Así pues, ciudadano activo, que no depende de otros para su supervivencia, puede participar en la elección de sus representantes políticos. Quedan excluidos de la participación política los ciudadanos pasivos (asalariados) las mujeres y los niños, que lo único que pueden hacer es dar su consentimiento sin más a las leyes.

La concepción del contrato social kantiana guarda también semejanzas y diferencias con el contractualismo que Th. Hobbes desarrollará un siglo antes. Tanto para un autor como para otro, la necesidad del contrato social es consecuencia de la situación de guerra y violencia entre los hombres. Kant aquí se aleja de Rousseau, que creía que el hombre en el estado de naturaleza es bueno y que es la sociedad quien lo corrompe. En el estado de naturaleza el hombre no es pacífico y bueno, sino más bien, como advirtiera Hobbes, un lobo para el hombre. Esa situación de violencia es la que exige la paz. Desde esta perspectiva, la paz se convierte en un deber moral. Y esta es la diferencia con Hobbes: la razón práctica obliga a evitar la guerra y buscar la paz. Alcanzar el Estado civil es una obligación moral. Para Hobbes, abandonar el estado de naturaleza es una exigencia que obedece a razones pragmáticas como el miedo a la muerte, la búsqueda delbienestar y la comodidad y el interés de salvaguardar la vida.                                                                      «

Existe aún otra importante diferencia entre Kant y Hobbes relativa al papel del soberano. Así, mientras el soberano de Hobbes posee un poder ilimitado, el soberano kantiano estará siempre limitado por la idea de contrato social y la idea de voluntad general, que le obligan a dictar sus leyes como si fuesen resultado de la voluntad unida del pueblo. No obstante, en ambos casos se considera fundamental el papel de un poder coactivo que garantice el cumplimiento de las normas. Ese poder coactivo no es contemplado por Rousseau, quien considera que la coacción no resulta necesaria para mantener el orden y la cohesión, sino que cada uno queda ‘tan libre como antes’, pues, al haberse unido a todos y formar palie de ese cuerpo que es la sociedad legisladora, cada uno sólo obedece a sí mismo.

Otro autor de no menos importancia al que hacíamos referencia anteriormente es Montesquieu. De él recoge Kant un elemento esencial: la división de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Tal división es esencial, pues garantiza que las formas de gobiemo, en general, no se vuelvan despóticas. Si no hay fuerza que se oponga a los arbitrios del soberano, pues tanto el ejército, como la ley y su aplicación están de su parte, el gobierno degenera en el autoritarismo y el capricho de los gobernantes. Porque hay oposición de poderes hay protección de derechos, y se ha mostrado históricamente que los Estados a los que nada se les opone concluyen siendo Estados totalitarios. Por lo tanto, lo que Montesquieu defendía ya era una forma jurídica de organización política con un equilibrio de poderes.

Podemos concluir señalando la estrecha vinculación que guarda el pensamiento político de Kant con autores contemporáneos como J. Rawls. Se trata de uno de los principales protagonistas de la rehabilitación de la filosofía práctica kantiana. Rawls habla de una’ sociedad internacional’, en la que tendrían cabida, según el principio liberal de tolerancia, toda sociedad con tal de que sea una ‘sociedad bien ordenada’. Este criterio significaría ser una sociedad no expansioncita, pacífica, con un sistema legal que garantice cierta legitimidad y que respete los derechos humanos básicos: derecho a la vida y a la seguridad, derecho a la propiedad privada, a la libertad de conciencia, asociación y a la emigración.

Por su parte, Habermas recoge y reformula la idea kantiana de un derecho cosmopolita a la luz no de una débil federación de Estados libres, donde cada Estado continuase siendo libre e independiente, sino de un Estado mundial, una autoridad coercitiva capaz de imponer decisiones e imponer la paz. Un Estado mundial que garantice una ciudadanía única a todos los habitantes del planeta al tiempo que vincule a los diferentes Gobiernos estatales. En este sentido, señala Habermas, la Sociedad de Naciones y la ONU marcan dos hitos históricos, dos pasos fundamentales, dentro de una primera fase, para la consecución de esa ‘democracia cosmopolita’. Una meta que Habermas propone y que debe girar en tomo a tres aspectos claves: un parlamento universal con representación directa de todos los ciudadanos del mundo; un Tribunal de Justicia que tuviera competencia universal y un Consejo de Seguridad con pautas nuevas sobre la elección de los miembros y sobre la capacidad de voto. Y todo ello recuperando el ideal universal que guiaba el proyecto kantiano: la paz perpetua.

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