16 Ago

La Fe en el Progreso y el Dinero como Imaginarios Centrales

El Progreso como Legitimador de las Relaciones de Dominación

Con la llegada del capitalismo fosilista, el mito del progreso se reforzó aún más, adquiriendo además características religiosas como la promesa de la salvación. El progreso fue utilizado para justificar la dominación de otros seres humanos y de la naturaleza. No importaba que tuviese consecuencias negativas en el presente, ya que prometía un futuro mejor. La aparición de una gran cantidad de energía disponible y el espectacular avance del conocimiento científico fueron las bases que hicieron creíble y apetecible el concepto de progreso. A pesar de un reparto desigual de la riqueza, todas las capas sociales pudieron aumentar el consumo energético. El progreso estaba imbuido de valores capitalistas como la competitividad y la aceleración creciente. Además del mito del progreso, también se afianzó la idea de un crecimiento sin fin que basaba su credibilidad en la productividad conseguida por la utilización de la energía fósil como multiplicador del trabajo humano. Las máquinas movidas por carbón se consideraron el elemento clave para la consecución del progreso. La máquina se convirtió en la imagen del mundo: si la máquina vive para trabajar, esta debería ser la función del ser humano en la vida.

Desconexión de la Naturaleza

Una de las consecuencias más importantes de la ideología del progreso fue la desconexión de las sociedades humanas de la naturaleza. Los elementos del mundo rural se convirtieron en meros factores de producción. Los economistas clásicos plantearon que los factores de creación de riqueza eran el trabajo y el capital, relegando la tierra a un segundo lugar. La clave residía en la inversión en maquinaria. Otros economistas clásicos consideraron la naturaleza como un factor limitante para el crecimiento continuo. De esta manera, la producción se convirtió en la generación de recursos monetarios. No hubo ningún interés en oponerse al desarrollo de la economía; de hecho, el progreso se identificó con la transformación de la naturaleza.

El Eurocentrismo como Legitimación del Colonialismo

El eurocentrismo ahondó en la idea de la superioridad europea sobre otros pueblos. Consistió en una visión dual de la realidad, a la que se sumaron las diferencias sociales a través del concepto de «raza». La dualidad legal-ilegal en Europa no se aplicaba en las periferias, y a sus poblaciones no se les reconocían derechos ciudadanos. La discriminación étnica se sumó a las relaciones de explotación de clase, y el racismo se reafirmó como dinámica básica de estructuración de jerarquías del sistema-mundo. En cuanto a la ideología del progreso, el camino europeo se concibió como el único posible. Durante el siglo XIX, aunque la abolición de la esclavitud fue un hito, la colonización se presentó como una manera de reparar los daños de la misma. La colonización también se justificó argumentando que el crecimiento continuo de la acumulación y de la producción requería nuevos mercados o supondría la decadencia de la metrópoli, y que si el Reino Unido no colonizaba, lo harían otras potencias. Además, la religión quedó desplazada como principal objetivo de la colonización. La colonización también se usó para el consumo interno de las sociedades europeas, ya que en esta etapa el Estado se encontraba amenazado por el movimiento obrero, al que debían desactivar e integrar de algún modo. La única manera de que el movimiento obrero aceptase el colonialismo era que este participara también en los beneficios del colonialismo a través de la construcción del Estado social.

El Patriarcado y la Revolución Industrial

Como consecuencia de la Revolución Industrial, se produjo una crisis de ciudadanía, y para afrontarla se relegó a las mujeres a las tareas domésticas. Durante el siglo XIX, el concepto de familia quedó limitado a las relaciones de parentesco más cercano y orientado a la procreación y la socialización. De esta forma, se separaron los ámbitos de producción y reproducción. Por otro lado, el cambio en los métodos de alimentar, transportar y alojar a una población industrializada profundizó la separación de lo público y lo privado. Al mismo tiempo, las mujeres fueron relegadas únicamente al ámbito doméstico y se les impusieron dos valores básicos para que desempeñasen las tareas de «ciudadanas»: amor y sacrificio. Debido a la idea de progreso, los pensadores masculinos del siglo XIX no valoraron el trabajo no asalariado de las mujeres, pues lo consideraban al margen del mercado y de carácter «no productivo». Solo quienes tenían salarios fueron considerados sujetos de derechos de ciudadanía.

Homo Economicus: El Dinero como Centro de la Sociedad

El Homo economicus tiene por motivación fundamental la persecución del dinero y el poder. Es el ser humano dominado por la necesidad de circulación y reproducción del capital. Su ideal es la hipercompetitividad a través del mercado y la independencia. Es un ser insaciable y racional que toma decisiones con base en la relación coste-beneficio. El dinero adquirió cada vez una mayor centralidad social. En una sociedad capitalista, la posesión de bienes se fue convirtiendo en el medio fundamental para obtener el reconocimiento social. Todo aquello que no tenía valor para el mercado fue dejando de tener valor. Todo terminó conjugándose en la visión del reconocimiento como señal inequívoca de éxito social. La concepción del trabajo asalariado como meta social hizo que la población empobrecida, en lugar de pedir justicia, pidiera empleo, y que los capitalistas se convirtieran en creadores de puestos de trabajo. Relacionado con esto, el trabajo se convirtió en una lucha competitiva entre las personas. Las personas se convirtieron en mercancías en las relaciones entre sí.

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