05 Jun

. Regulación, gestión y planificación de los recursos hídricos

Los recursos hídricos españoles se regulan por la Ley de Aguas, que organiza su gestión y planificación. Los planes hidrológicos de cuenca determinan los recursos, necesidades y obras de cada demarcación territorial hidrográfica, mientras que el Plan Hidrológico Nacional coordina los planes de las cuencas y diseña las actuaciones generales. Es elaborado por el Estado y sus objetivos se proponen cumplir la normativa europea (Directiva Marco del Agua). 

Sus objetivos son asegurar el suministro de agua a todo el territorio español, satisfacer la demanda y conseguir un desarrollo regional equilibrado; asimismo, garantizar el uso racional del agua, así como su calidad y buen estado ecológico; y paliar los efectos de las inundaciones y las sequías mediante la planificación y las obras necesarias.

Aprovechamiento de los recursos hídricos: obras hidráulicas

Las obras hidráulicas son las infraestructuras o instalaciones destinadas a captar, almacenar, transportar y tratar los recursos hídricos. En España, algunas tienen una larga tradición histórica y otras son de desarrollo reciente.

Las aguas superficiales, sobre todo los ríos, se aprovechan mediante embalses, canales y trasvases. Los embalses son grandes extensiones de agua almacenada artificialmente detrás de una presa o barrera transversal a la corriente. Se utilizan para la producción de electricidad, el regadío agrario, el abastecimiento urbano e industrial y la regularización del caudal de los ríos para evitar inundaciones. No obstante, los embalses son caros, se aterran por la acumulación de sedimentos, algunos no son rentables, provocan inundaciones y causan alteraciones medioambientales e impactos sociales. Los canales de distribución de agua suman más de 15000 km, aunque pueden tener fugas debido a la antigüedad o mal estado de muchos tramos. Los trasvases son transferencias de agua entre cuencas excedentarias y deficitarias; en la actualidad funcionan 38, destacando el del Tajo-Segura.

Las aguas subterráneas se aprovechan mediante pozos y galerías para usos agrícolas, industriales y urbanos. Resulta necesario coordinar las extracciones con los recursos superficiales.


. Recursos hídricos

Los recursos hídricos son la cantidad de agua disponible para el consumo humano. Para aprovecharlos se realizan obras hidráulicas. La mayoría de los recursos hídricos españoles proceden de las precipitaciones: constituyen el 67% del agua de los ríos, lagos y humedales y el 30% de la de los acuíferos. Solo el 3% proviene de recursos como la desalación y la reutilización del agua depurada. El uso del agua permite diferenciar entre usos consuntivos (regadío -que absorbe más del 80%-, sectores económicos, hogares y municipios) y usos no consuntivos (pesca, acuicultura, navegación, producción hidroeléctrica…).

El balance hídrico es la diferencia entre la disponibilidad y el consumo de agua. En España solo se dispone de un 32% del agua de precipitación. Esa cantidad permite un balance global positivo, aunque existen desequilibrios entre áreas excedentarias y deficitarias.

Hay un desequilibrio entre los recursos disponibles (que presentan una desigual distribución estacional, interanual y territorial, concentrándose en el norte peninsular) y la demanda, concentrada en el arco mediterráneo (con un gran consumo agrario, industrial y turístico), cuyos recursos hídricos son muy escasos e irregulares.

Vertiente Mediterránea

Los ríos de la vertiente mediterránea, excepto el Ebro, son cortos, dado que nacen en montañas próximas al mar. Sus cuencas, salvo la del Ebro, son pequeñas, de fuertes pendientes en los primeros kilómetros de su curso. Por este motivo, erosionan violentamente las laderas deforestadas. Su caudal es escaso debido a las reducidas precipitaciones y su régimen es muy irregular (que viene estrechamente determinado por los caracteres del clima y muy particularmente por la cantidad y distribución de las precipitaciones a lo largo del año). Presentan acusado estiaje en verano (muy prolongado en los ríos más  meridionales) y pueden sufrir crecidas catastróficas en otoño, originadas por lluvias torrenciales.


Vertiente Cantábrica

Los ríos de la vertiente Cantábrica son numerosos y se caracterizan porque son cortos y caudalosos. Son cortos, pues están condicionados por su nacimiento en las montañas cercanas a la costa (Cordillera Cantábrica), teniendo que salvar un gran desnivel entre su nacimiento y el nivel del mar, lo que le aporta una gran fuerza erosiva, que sería mayor si no estuviera protegida por la vegetación. 

Son caudalosos y de régimen bastante regular gracias a la abundancia y a la constancia de las precipitaciones descargadas por las borrascas del frente polar que pasan por estas latitudes. Aprovechando estas circunstancias y la topografía abrupta, se han construido embalses destinados a la producción hidroeléctrica. La regularidad del clima oceánico hace que no existan estiajes. En general, tienen un régimen pluvial, aunque algunos en su cabecera tengan alguna aportación nival. La cuenca hidrográfica más importante es la formada por el complejo Narcea-Nalón. Otros ríos importantes son el Bidasoa, el Nervión, el Deva, el Sella, el Navia y el Eo.

Vertiente Atlántica

Los ríos de la vertiente atlántica, excepto los de las pequeñas cuencas gallegas y andaluzas, son largos, al nacer cerca del Mediterráneo y desembocar en el Atlántico. Su fuerza erosiva es escasa, dado que discurren por llanuras en las que apenas se hunden, pero forman barrancos en los desniveles. Su caudal es abundante, dado que poseen numerosos afluentes, pero su régimen es irregular. Presentan estiaje en verano coincidiendo con el mínimo de precipitación y crecidas con las lluvias de otoño y primavera. 

La vertiente atlántica es la más extensa, debido al basculamiento general de la Meseta hacia el oeste, que hace que esto ríos sean más largos. Al mismo tiempo, su transcurso por un relieve de penillanura hace que su pendiente sea muy suave en su recorrido por la Meseta. El caudal y el régimen fluvial de estos ríos depende de su situación latitudinal. El Duero, y sobre todo el Miño, tienen carácterísticas oceánicas, y el Guadalquivir y el Guadiana mediterráneas; el Tajo se sitúa en un plano intermedio.


EL BOSQUE CADUCIFOLIO: es denso y está constituido por árboles altos y de hoja caduca. En el sotobosque crecen musgos y helechos. Las especies más carácterísticas son el roble y el haya, formando grandes masas específicas o mixtas.

-El haya exige gran humedad y tolera bien el frío y mal el calor, por lo que es un árbol de montaña y que prefiere los suelos calizos. Su área principal está en la cordillera Cantábrica y el Pirineo navarro.

-El roble exige menos humedad que el haya, y tolera mal el calor y el excesivo frío, por lo que se sitúa a alturas más bajas. Prefiere suelos silíceos y su área más extensa se encuentra en Galicia y en la cordillera Cantábrica. 

-El bosque marcescente de rebollo y quejigo es propio del clima oceánico de transición. Mantiene sus hojas secas hasta el nacimiento del nuevo brote y es menos denso y de árboles menos altos.

La acción humana ha supuesto cambios en la vegetación natural: la reducción de la extensión del bosque por la pérdida de sus usos tradicionales, por las quemas incontroladas para obtener pastos y por los incendios forestales; la introducción de especies secundarias de aprovechamiento forestal, como el castaño; y las repoblaciones con árboles de crecimiento rápido y buen aprovechamiento económico como el pino y el eucalipto. Estas repoblaciones han sido muy criticadas, porque las hojas de ambos árboles colaboran a la acidificación y al empobrecimiento del suelo y son especies pirófilas.

 El matorral

El matorral mediterráneo no es una formación clímax, sino el resultado de la degradación del bosque por el ser humano. Presenta tres tipos carácterísticos: la maquia, la garriga y la estepa. 

La maquia es una formación arbustiva de más de dos metros de altura, muy densa. Sus especies principales son la jara, el brezo, el lentisco y la retama. La garriga está formada por arbustos y matorrales de poca altura, destacando el tomillo, el romero y el espliego. Por último, la estepa está formada por hierbas bajas, entremezcladas con arbustos espinosos, bajos y discontinuos como el palmito, el tomillo, el esparto y la esparraguera. 


El bosque perennifolio

Es un bosque poco denso. Lo forman árboles de mediana altura, con tronco sinuoso, grueso y rugoso, y hoja perenne. Sus ramas crean copas globulares y amplias, que mitigan la insolación y la evaporación. Posee un rico sotobosque, con especies como el piorno o la retama.

  Las especies más carácterísticas son la encina y el alcornoque. La encina es resistente a la sequía y se adapta a todo tipo de suelos, por lo que es el árbol más típico y extendido del clima mediterráneo. Su madera es muy dura y resistente, su fruto es la bellota y sus bosques mejor conservados están en Sierra Morena, Extremadura y la sierra de Guadarrama. Por su parte, el alcornoque necesita cierta precipitación (más de 500 mm/año), inviernos suaves, y suelos silíceos. Su madera es muy dura y se concentra en el suroeste peninsular, en sectores del sur de Andalucía, en el noreste de Cataluña y en Castellón.

  La acción humana ha supuesto la reducción de la extensión del bosque por la pérdida de sus usos tradicionales, incendios forestales, etc. También ha supuesto la modificación del bosque para uso agropecuario mediante el sistema de la dehesa. Consiste en aclarar el monte de encina y alcornoque y combinar su conservación y la protección del suelo por los árboles, con el aprovechamiento agropecuario, forestal y cinegético. Otra consecuencia han sido las repoblaciones con pino que se han extendido por amplias zonas, debido a su gran capacidad de adaptación a condiciones diversas. 

EL PAISAJE VEGETAL DE MONTAÑA

En la montaña, la vegetación se dispone en pisos con formaciones vegetales distintas según la latitud, altitud y la orientación (barlovento/ sotavento, umbría/solana). En general, se suceden el bosque hasta la zona donde la temperatura media anual alcanza los 10ºC; el matorral a partir de la altitud donde el frío impide el crecimiento de los árboles; prados y pastizales en zonas cubiertas por la nieve durante muchos meses; y, finalmente, las plantas rupícolas, adaptadas a las rocas.

La desaparición del bosque se debe principalmente a la acción humana en favor de usos agropecuarios (pastos atlánticos y cultivos mediterráneos) y la  extensión de bosque


EL PAISAJE VEGETAL DE Canarias

El paisaje vegetal de Canarias corresponde a la regíón macaronésica con especies autóctonas, a las que los sucesivos pobladores incorporaron especies mediterráneas, africanas y americanas. 

Por su insularidad, tienen gran importancia los endemismos (formaciones vegetales propias y exclusivas) y las reliquias (formaciones vegetales de épocas pasadas, de las cuales han sobrevivido muy pocas). El resultado es una riqueza vegetal extraordinaria, destacando las islas montañosas, en las que se suceden diferentes pisos vegetales: 

  • Piso basal: desde el nivel del mar hasta los 300 – 500 metros. Incluye plantas halófilas (que soportan la sal), psamófilas (que soportan la arena) y plantas que crecen con una aridez elevada, como el cardón y la tabaiba. 

  • Piso intermedio: entre 200 – 800 metros. Caracterizado por un aumento de humedad y bajada de temperatura, que permiten el crecimiento de palmeras, dragos y sabinas. 

  • Piso termocanario: entre 800 – 1200 metros. La vegetación se adapta al mar de nubes o niebla causada por el alisio, que aporta gran humedad y menor insolación. Hay dos tipos de bosque: la laurisilva,  muy denso con más de 20 especies, y el fayal-brezal, resultante de la degradación de laurisilva por la acción humana.

  • Piso canario: entre 1200-2200 metros. La vegetación se adapta a la aridez y al frío. Domina el bosque de coníferas (pino canario, que a mayor altitud da paso al cedro canario). 

  • Piso supracanario: por encima de 2200 metros. Solo se encuentra en Tenerife y La Palma. Se dan matorrales (codeso, retama) y matillas dispersas de gran riqueza florística (violetas del Teide).   



En las riberas de los ríos el suelo se impregna de humedad, por lo que su vegetación tiene rasgos diferentes a la de su entorno. Las especies vegetales se disponen en franjas paralelas al río, desde las que necesitan estar en contacto semipermanente con el agua hacia al exterior. Estos bosques están formados por alisos o por sauces (cuyas raíces necesitan estar en el agua); el chopo, el álamo y el fresno (que solo requieren humedad en el extremo inferior de sus raíces); y el olmo, menos exigente en humedad. Junto a los bosques crecen juncos y matorrales (cornejo, madreselva, zarzamora, rosal silvestre…).

La acción humana ha reducido la extensión de los bosques de ribera, alterando los márgenes y los cauces fluviales para implantar cultivos, urbanizaciones y canalizaciones. Este hecho ha supuesto una importante pérdida, sobre todo en la España seca, debido a su importancia paisajística y a sus beneficios ecológicos.

LA LANDA Y LOS PRADOS:


La landa es una vegetación densa de matorral con una altura relativamente baja y suele aparecer como degradación del bosque caducifolio o como vegetación supraforestal. Sus especies más abundantes son el brezo, el tojo y la retama o genista. Los prados son una vegetación herbácea que ocupa grandes extensiones de terreno en los paisajes oceánicos.

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