03 Jul

– Origen del conocimiento
Según Hume todo nuestro conocimiento procede de la experiencia, ya que nuestra
mente nace completamente vacía y es como una hoja en blanco (white paper). Todas
nuestras ideas proceden en último término de la experiencia: son copias de impresiones.
Lo que Hume denomina impresión se corresponde bastante aproximadamente con lo
que nosotros llamamos ‘percepción’, de modo que todo nuestro conocimiento se origina
en las impresiones o percepciones. A partir de aquí formula lo que se llama principio de
copia: una idea es válida si y sólo si procede de una impresión determinada.
Según Hume la idea sólo se diferencia de la impresión en que esta última es más vivaz y
más intensa que la idea. En efecto, cuando tengo una idea, ésta se ha formado por el
debilitamiento de una impresión previa. Estas impresiones, las imágenes, se ven en la
mente a través de la imaginación, pero ello no significa que la imagen que se ve en la
mente sea igual que el objeto que hipotéticamente la hubiera causado. Conocemos, por
tanto, el origen de las ideas, pero desconocemos absolutamente el origen de las
impresiones que percibimos en nuestra imaginación, ya que estamos encerrados en ella
y no podemos comprobar si lo que vemos es igual a lo que hay fuera de nosotros
(suponiendo que haya algo).
Hume aventura tres posibles causas de las impresiones, sin que podamos determinar
cuál o cuáles de entre ellas son las que realmente intervienen:
1a) que las impresiones sean producidas por un objeto real;
2a) que se deban al autor de la naturaleza (Dios);
3a) que sean producto de la propia mente.
Hume distingue dos tipos de impresiones, a las que llama impresiones de sensación e
impresiones de reflexión. Las impresiones de sensación surgen en nuestra mente a partir
de causas desconocidas, y las de reflexión son las que surgen como consecuencia de
nuestra propia actividad mental. Como podemos ver, el punto de partida de Hume nos
conduce inevitablemente al escepticismo.

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– Validez del conocimiento
Según Hume, nuestra mente tiene un poder asociativo espontáneo. Este dinamismo da
lugar a dos modalidades de asociación de ideas, a las que denomina respectivamente
relaciones filosóficas y relaciones naturales. En el caso de las relaciones filosóficas la
mente asocia unas ideas con otras de forma voluntaria y por tanto artificialmente, como
ocurre, por ejemplo, con las matemáticas. En las relaciones naturales distingue tres
mecanismos asociativos: semejanza, contigüidad y causalidad. El primero hace que mi
mente asocie espontáneamente una idea con otra semejante; el segundo relaciona ideas
que están en contacto espacialmente; y en el mecanismo de causalidad mi mente asocia
dos ideas según una secuencia temporal, de tal modo que a la primera en el tiempo se le
llama ‘causa’ y a la segunda ‘efecto’. Este mecanismo asociativo causa-efecto está en la
base de todas las ciencias empíricas, es decir, basadas en la experiencia.
Hume analiza el mecanismo asociativo de la causalidad, y el resultado es que cuando en
nuestra experiencia asociamos causalmente dos acontecimientos, la conexión entre ellos
la establece nuestra mente, pero no procede de la realidad. La relación de causalidad,
clave del conocimiento científico, tiene pues un fundamento puramente psicológico y no
real, lo cual implica que el valor de verdad —y por tanto la validez— del saber
científico tiene como único fundamento nuestra psicología.
La consecuencia es inapelable: si todo nuestro conocimiento se basa únicamente en
nuestra psicología (o, lo que es lo mismo, en la mera costumbre), entonces cualquier
pronóstico no tiene más valor que el de una mera suposición. De esto Hume deduce que
si afirmamos que la ciencia se basa en la experiencia, entonces tenemos que concluir
que la ciencia pierde su valor epistemológico ya que pasa de ser ‘saber’ a ser mera
suposición, esto es, ‘opinión’ o ‘creencia’. Dicho de otro modo, Hume viene a
corroborar algo que ya dijese Platón: el conocimiento basado en la experiencia está
inevitablemente condenado a no poder superar la contingencia (y, por tanto las
demostraciones experimentales están inevitablemente condenadas a no gozar nunca del
valor de necesidad del que gozan, por ejemplo, las demostraciones matemáticas).
Todo esto le lleva a Hume a distinguir dos tipos de conocimiento en función de su
diferente grado de validez: el conocimiento de hechos (propio de las ciencias, de tipo
experimental, sin más valor que el de la mera creencia) y el conocimiento de relaciones
entre ideas (propio de las matemáticas, de tipo formal, demostrativo). El conocimiento
de hechos, que se correspondería con la ciencia experimental, no puede alcanzar nunca
el rango de saber, sino únicamente el de creencia (belief), y su mayor o menor validez
dependerá de las pruebas que lo respalden. El otro tipo de conocimiento, el de
relaciones entre ideas, es propio de las matemáticas y de la lógica, y en él sí que hay
demostración, siendo por ello el único al que se le puede llamar verdaderamente
conocimiento (knowledge), aun cuando este conocimiento no añade infomación.
Fuera de ellos no hay otro conocimiento posible, ya que, por definición, sólo puedo
conocer mis propias ideas y en ningún caso ir más allá de las impresiones que las hayan
causado. La ciencia trata de fenómenos (que son los objetos que existen en mi mente), y
no nos es posible remontarnos más allá de las impresiones que los originan. No hay,
pues, lugar para la metafísica, ya que conocer la realidad en sí misma exigiría poder
conocer más allá de mi mente, lo cual, obviamente, es imposible.

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