03 Abr

Ontología.
2.1. Lo apolíneo, lo dionisíaco y el problema de Sócrates
“[…] sólo como fenómeno estético aparecen justificados la existencia y el mundo”.
Esto es la primera etapa del pensamiento nietzscheano. Su obra central es  El nacimiento de la tragedia.
Esta obra es un estudio filológico, artístico y filosófico concentrado en el nacimiento y evolución de la tragedia griega. Dioniso es la voluntad, lo irracional, la noche, lo instintivo, y en la tragedia se correspondería con los momentos musicales y de danza, y aquellos en los que participa el coro. En cuanto a Apolo, representaría la luz de la razón, la armónía, la alegría, la luminosidad del día, y se corresponde con las palabras (lógos, palabra-razón) y los personajes. Dioniso es lo común (aquella parte de la tragedia en la que todos participan, fundiendo su conciencia en una fiesta colectiva) y Apolo es lo individual (el personaje con unas ideas, pensamientos o principios morales propios, que no se identifica con lo colectivo). El comienzo de la tragedia griega está marcado por lo dionisíaco: el espectador es parte activa de la representación, un personaje más, que neutraliza su conciencia para convertirse en otro. El instinto es tapado y anulado por el lógos. El diálogo y la búsqueda de una verdad universal dominan ahora sobre el instinto, el error, y la embriaguez dionisíaca. La propuesta nietzscheana consiste precisamente en recuperar el sentido originario de la tragedia griega: en desenmascarar a Apolo, para que Dioniso retome el protagonismo que le corresponde. Sócrates fue el encargado de que Apolo se impusiera sobre Dioniso, con lo que la razón dominó sobre la vida.
Su discípulo Platón despreció el mundo que nos rodea. El idealismo de ambos esconde, en realidad, la decadencia, el temor ante la vida irracional y el mundo, el miedo al instinto desordenado y dionisíaco, la angustia ante la finitud y la muerte.
Es un consuelo metafísico propio de la debilidad humana. En su crítica a Sócrates se centra en la búsqueda socrática de la verdad  y la defensa socrática de los valores universales
La crítica de la Metafísica, la muerte de Dios y el Nihilismo.
Nietzsche recupera el pensamiento de Heráclito. Para él, el mundo “aparente” era el auténticamente real. La muerte de Dios quiere decir que no podemos fundamentar la verdad ni la moral en la existencia de un ser superior y trascendente. Negando toda trascendencia es como hemos de dirigir nuestra mirada ahora hacia una vida finita, que antes o después terminará y que carece de sentido. Dentro de la filosofía nietzscheana, este término tiene al menos dos significados:Nihilismo activo: signo de la voluntad de poder, de la persona que supera la angustia inicial que provoca la muerte de Dios.

Nihilismo pasivo

La decadencia propia de la persona que se hunde ante la falta de referentes, y  vive “desfondado”, sin llegar a abrazar los valores de la vida.







Ética.
No podemos fundamentar la verdad ni la moral en la existencia de un ser superior y trascendente. Negando toda trascendencia es como hemos de dirigir nuestra mirada ahora hacia una vida finita, que antes o después terminará y que carece de sentido. La interpretación moral del mundo ha concluido con el Nihilismo. La muerte de Dios significa reconocer la falsedad de los valores que afirmaban la virtud, la justicia o el amor al prójimo. La vida es voluntad de poder, voluntad de ser más, de expandirse y de afirmarse. Esta voluntad es una amalgama de fuerzas: deseos, instintos, pasiones, impulsos que llevan al hombre a imponerse sobre los demás, a dominar su entorno, a realizar su voluntad.  
La voluntad de poder tiene una dimensión individual. La repetición, el ciclo que se ejecuta una y otra vez, sin que nada apunte hacia un estado final, o sin que haya posibilidad a ningún tipo de progreso o evolución lineal. No existe más que el presente, el aquí y ahora, el mundo que vivimos hoy. El eterno retorno se termina convirtiendo en valor: es el camino para afirmar la vida, es la expresión de la voluntad de poder que se libera del lastre del pasado y del temor respecto al futuro. Zaratustra se convierte en el profeta de esta nueva concepción, que eleva la visión griega de la naturaleza a la categoría de valor moral. La afirmación de la vida se contrapone a toda clase de pesimismo. Nietzsche llega a esta conclusión: las palabras que en diversas lenguas significan “bueno” significaron originariamente “noble, aristocrático”, un sentido opuesto al significado de “malo”, referido siempre a “vulgar, plebeyo”. Los judíos fueron, según Nietzsche, los que iniciaron esta transmutación de los valores, que después fue seguida por los cristianos. Triunfa así la moral de los esclavos: una moral de la mediocridad y el resentimiento, que niega la vida, el impulso y el sentimiento, y que está en el origen de la decadencia y el Nihilismo que caracterizan a Occidente. Aparece entonces una crítica y una propuesta: derrumbemos todos los valores que niegan la vida, que se oponen a ella, y respaldemos con nuestras obras y nuestras palabras la vida, la voluntad de poder, el eterno retorno. El superhombre es la encarnación de todos los valores nietzscheanos: aquella persona que vive según su voluntad de poder, asumiendo también el eterno retorno y la transmutación de los valores. El superhombre es la aparición natural que sigue a la muerte de Dios.








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