16 May

PINTURA BARROCA EN ESPAÑA

El siglo XVII es el llamado Siglo de Oro de la pintura española. Y eso se debe a que a una concepción grandiosa supo añadir una maduración técnica motivada por el contacto con los mejores centros del arte europeo. Es curioso advertir cómo la decadencia política y económica coincide con un auge artístico y espiritual de gran trascendencia.

Por el contrario el XVIII fue un período infecundo, sobre todo durante los dos primeros tercios. Las causas principales serán, por una parte que se dejará sentir el agotamiento tras la amplia producción pictórica del XVII, y por otra, que el cambio de dinastía provocará distintos gustos artísticos.

CARACTERÍSTICAS GENERALES DE LA PINTURA BARROCA EN ESPAÑA

-creciente  aumento del naturalismo y fuerte carácter realista. Se representan cosas tanto bellas como horrendas.

-profundo significado que alcanza la simbología

-temática: rechaza, en general, los temas mitológicos (casi exclusivamente tratados por Velázquez)
Y en definitiva todo aquello que se mueva en el campo de lo imaginativo y lo fabuloso. Por el contrario, cultivarán géneros como el retrato, los bodegones y, sobre todo, los temas religiosos, siendo estos últimos los más abundantes.

-la temática  está condicionada por la propia clientela: será la Iglesia el más importante de los mecenas. También la Corte jugará  un papel destacado, por su afán coleccionista y por el deseo de perpetuar la imagen del monarca y su familia, fomentando la pintura en general, y el retrato en particular.

-ausencia de sensualidad. No desnudo.

-composiciones sencillas, estáticas y serenas, y aunque no faltan líneas diagonales y las figuras en escorzo, el movimiento barroco se sacrifica con frecuencia en favor de la realidad. Nuestro barroco abomina el movimiento violento e impetuoso de italianos y flamencos.

-técnica: lo más destacado será la casi total ausencia de frescos, predominando el óleo. La pobreza de medios en un país en crisis, influyó notablemente sobre los materiales, dimensiones y programas: el óleo es mucho más asequible que las grandes composiciones al fresco.


Luz

Grandes contrastes lumínicos. El Tenebrismo expresará muy bien los valores religiosos de la época.

Tres grandes escuelas: Valencia, Andalucía y Madrid.

*ESCUELA VALENCIANA*

La escuela valenciana  jugará un papel fundamental en la introducción del tenebrismo en la Península.

JOSÉ RIBERA (EL ESPAÑOLETO)

El valenciano José de Ribera, conocido como El Españoleto, nace en Játiva en 1591. Se le suele incluir tanto en la escuela valenciana -aunque su arte rebasa con mucho los límites de esta región-, como en la escuela napolitana, pues residió en Nápoles (entonces tierra española) desde 1616 hasta su muerte, en 1652, gozando de gran estima.

La importancia de Ribera radica fundamentalmente en el crudo realismo de alguna de sus repre­sentaciones. Se acentúa por su tratamiento de la luz, pues es uno de los más característicos representantes del tenebrismo, quizá recibido a través de la obra del Caravaggio.

Aun así, podemos trazar una clara evolución en su obra: -de la tenebrosidad y el plasticismo pasa a la luminosidad y a lo pintoresco, a la pincelada suelta y cargada de luz. -del naturalismo realista hacia la idealización, que se trunca en sus últimos años, quizá motivada por la amargura del rapto de su hija.

En sus obras se inspira en tipos vulgares napolitanos e incluso para algunas representaciones de la Virgen se sirvió del  modelo de su propia hija (naturalismo claramente  español).

En la temática, predominaron las obras religiosas, aunque su estancia italiana hará que refleje otros temas, como la mitología.

MARTIRIO DE SAN FELIPE: durante mucho tiempo se ha considerado que este cuadro representaba el martirio del apóstol san
Bartolomé. La ausencia del cuchillo con el que el santo fue despellejado y que suele acompañar a sus representaciones induce a pensar que se trata de otro santo. Además, a san Bartolomé se le representa en edad avanzada, con el pelo canoso y barba. Estas razones han llevado a considerar que el santo es San Felipe, martirizado en una cruz. La obra está construida con líneas diagonales, centrando toda la atención en el cuerpo del apóstol. Las sogas contribuyen a crear un espacio triangular, contrapuesto a los propios brazos de san Felipe, que crean otro triángulo invertido, produciendo así un juego de contrastes. A través de la aspereza de la piel del santo nos muestra, en realidad, la preparación para el martirio. Aunque el cuadro pertenece a un período avanzado del artista, en el que su estilo se ha suavizado, sin embargo existe en él preocupación por los fuertes contrastes de luz para la diferenciación de los volúmenes. La sencillez de los modelos, la naturalidad de las actitudes de los personajes que se encuentran en segundo término y la suavidad del color facilitan la transmisión del mensaje. El realismo cruel del martirio, la actitud resignada del apóstol y el dolor de su rostro acercan al espectador el testimonio del mártir.

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