12 Oct

La lírica española de los primeros años de posguerra no puede entenderse sin tener en cuenta la situación histórico-política y social del momento. Tras la Guerra Civil, la sociedad española queda dividida en dos bandos, el de los vencedores y el de los vencidos y la brecha que los separa afectará de forma muy particular al ámbito cultural. El exilio exterior de buena parte de los escritores vivos, afines a la República, el asesinato de Federico García Lorca y el encarcelamiento del joven Miguel Hernández dejarán apenas sin modelos a las nuevas generaciones poéticas y la producción lírica de aquellos que se quedan en el llamado exilio interior deberá esquivar la fuerte presión de la censura. En los años 40, la producción lírica de los poetas que se quedan en España girará, principalmente, en torno a las revistas literarias. La revista
Garcilaso agrupará a los escritores afines al régimen oficial, la llamada “juventud creadora” (Luis Rosales, Leopoldo Panero o Luis Felipe Vivanco, entre otros) que practicará lo que Dámaso Alonso llamó poesía arraigada: una poesía que presentaba un mundo coherente, ordenado y sereno, inclinada hacia temas como Dios, la patria y la familia y formalmente caracterizada por una perfección de corte clásico. Como contrapunto a Garcilaso nace en León Espadaña, revista que reúne a los poetas contrarios al régimen cuya visión del mundo está marcada por el pesimismo ante el caos y la injusticia. Se trata de una poesía desarraigada, la de aquellos para quienes “el mundo nos es un caos, una angustia y la poesía una frenética búsqueda de ordenación y de ancla” (en palabras de Dámaso Alonso). Se trataba de una poesía de corte existencialista y de tono trágico, más preocupada por indagar en las causas del sufrimiento humano que por los primores estéticos. La religiosidad, también presente, estará tratada con un tono de desesperanza y de duda en poemas en los que se increpa a Dios sobre las causas de tanto dolor. Los primeros poemarios de Gabriel Celaya y de Blas de Otero se enmarcarán dentro de esta corriente desarraigada cuya cumbre se alcanza, sin duda, en el año 1944 con la publicación de Sombra en el paraíso, de Vicente Aleixandre e Hijos de la ira, de Dámaso Alonso. No obstante, en los años 40 hay también voces que se alejan de estas dos tendencias predominantes. Cabría destacar, por su relevancia, a los poetas reunidos en torno a la revista Cántico (el cordobés García Baena, su principal representante y otros como Juan Bernier o Ricardo Molina) y a los poetas del Postismo, último movimiento vanguardista fundado por Carlos Edmundo de Ory que defendía la libertad expresiva y el sentido lúdico del arte. En la década de los 50, el tono individualista de la lírica anterior irá dejando paso a una poesía concebida como comunicación, en la que el poeta se erigirá portavoz del sufrimiento colectivo. De la poesía de indagación del dolor humano se pasa a la poesía de denuncia directa de los males sociales: es lo que se conoce como poesía social, una poesía que debe tomar partido ante los problemas del mundo y ser instrumento de cambio político y social, para lo cual es necesario un lenguaje sencillo y directo con el que llegar a “la inmensa mayoría”. El mensaje prima sobre la forma poética y, alejada de los propósitos juanramonianos, seguirá la estela de poetas como Miguel Hernández o Antonio Machado.


Gabriel Celaya (Cantos Íberos, 1955), Blas de Otero (Pido la paz y la palabra, 1955) o José Hiero (Quinta del 42, 1952) son los principales cultivadores. A finales de la década de los 50 y desengañados por la imposibilidad de llegar a esa inmensa mayoría, muchos poetas irán abandonando los preceptos de la llamada poesía social a la que se acusaba de haber caído en el panfleto y de convertir la literatura en un medio de cambio político, devaluando así su condición artística. Los llamados “niños de la guerra” tendrán una visión algo más distanciada que sus mayores en lo que se refiere a la Guerra Civil y, sin la urgencia de lo útil que estos acusaban, -pero sin olvidar al mismo tiempo el compromiso cívico y humano-serán los responsables de elevar la calidad artística de este género literario. La poesía pasará, así, de considerarse forma de IES Los Cerros. Departamento de Lengua castellana y literatura 2 comunicación a entenderse como una forma de conocimiento del mundo que nos rodea. Se trata de una lírica inconformista, pero con cierto escepticismo que les permite alejarse del panfleto político y acercarse a una poesía “de la experiencia personal”. Es lo que se conoce como poesía del medio siglo o poesía de la experiencia, en la que cabe destacar el retorno de los temas íntimos: la evocación de la infancia, la familia y, sobre todo, la recuperación de temas como la amistad, el amor o el erotismo (con presencia de la homosexualidad). Estilísticamente, se rechaza tanto el patetismo “desarraigado” como el prosaísmo de los poetas sociales y se busca un estilo aparentemente conversacional no exento de ironía. El llamado “Grupo de Barcelona” (Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Carlos Barral) es el que aglutina a los poetas más visibles; aunque habría que mencionar también al leónés Antonio Gamoneda, al asturiano Ángel González o al gallego José Ángel Valente. Para completar el panorama de la poesía española de estas tres décadas es necesario mencionar la poesía del exilio. El tema recurrente de los poetas exiliados es el de la patria dejada atrás: una patria ocupada por el bando vencedor hacia la que, en un primer momento, se siente rechazado. Con el tiempo, esta visión se va matizando y va surgiendo un sentimiento de añoranza de una tierra donde los poetas vivieron su infancia y juventud. Español del éxodo y del llanto, de León Felipe, es una de las obras cumbre de la literatura del exilio. En definitiva, la producción literaria de la inmediata posguerra sufre las consecuencias directas de la guerra y se hace eco de la fractura que separa a los vencedores de los vencidos en la contienda. Aquellos poetas que no dejan su España natal se quedarán en un exilio interior vigilado de cerca por la censura; otros escribirán desde el exilio. Poco a poco y durante la década de los 50, esta poesía de corte existencial irá dejando paso a una poesía concebida como instrumento de cambio social y que, bajo la pluma de los “niños de la guerra”, irá abandonado en la década siguiente, el tono de denuncia directa para inclinarse, con cierto distanciamiento irónico, hacia temas como la amistad o el amor en un lenguaje cuidado pero cercano al lector.

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