07 Ene

Tema 1. Los primeros Borbones (s.XVIII)


Introducción

A principios del s. XVIII, la dinastía francesa de los Borbones ocupó el trono español. Estos reyes, siguiendo el ejemplo de Francia y alejándose del sistema de gobierno heredado de los reyes Católicos, reforzaron el poder central y sentaron las bases para la configuración de un Estado unitario.

Internacionalmente, España dejó de ser la primera potencia de Europa y se convirtió en una potencia de segundo orden, supeditado a los intereses franceses. A finales de siglo, la crisis económica y social, juntó a la influencia de le revolución francesa, provocaron la quiebra del Antiguo Régimen.

1. El cambio de dinastía: la guerra de Sucesión

A finales del siglo XVII, con la desaparición del predominio español en Europa, dos potencias se disputaban el papel hegemónico: Francia y el imperio austriaco. En este contexto, a la muerte sin hijos de Carlos II, España se convirtió en objeto de disputa internacional.

1.1. Las causas de la guerra

A la muerte de Carlos II surgieron dos pretendientes a la corona española:
El archiduque Carlos de Austria, hijo del emperador de Austria, Leopoldo I, y el príncipe Felipe de Anjou, nieto del rey Luis XIV de Francia. Ambos eran descendientes de la familia de los Austrias españoles. Carlos II declaró heredero del trono español, poco antes de su muerte, al príncipe francés Felipe de Anjou. Creía que, de esta manera, sería posible mantener la integridad del reino y acabar con el constante peligro de guerra con la poderosa Francia.

Pero pronto las potencias europeas recelaron del enorme poder que suponía el hecho de que la monarquía francesa y la hispánica estuvieran gobernadas por miembros de la misma familia, la de los ?Borbones, y de que una alianza entre Francia y España pudiese llegar a ser un poder hegemónico en Europa. Con el fin de enfrentarse a esta posibilidad, en 1701 se constituyó la Gran Alianza de La Haya, formada por Austria, Gran Bretaña, Países Bajos y Dinamarca. En 1702 declararon la guerra a Francia, iniciándose la guerra de Sucesión española (1701-1714).

1.2. El desarrollo de la contienda

En el plano internacional, la guerra de Sucesión fue una guerra de todos contra Francia. Pero en España fue una guerra entre los partidos de Felipe V y los del archiduque Carlos.

Las razones del apoyo de los reinos de la corona de Aragón al bando austracista radican en el temor de los dirigentes de estos reinos a la política centralista que Felipe V pretendía llevar a cabo, imitando lo que su abuelo, el rey absolutista Luis XIV, había hecho en Francia. Castilla apoyó decididamente al candidato francés.

El final de la guerra de Sucesión vino determinado por un acontecimiento ocurrido fuera de España. A la muerte del emperador, Leopoldo I, le sucedió en el trono su primogénito, José I; pero la muerte de este, convirtió al archiduque Carlos, hermano de José I, en emperador de Austria.

Esta nueva situación hizo que Gran Bretaña y casi todos los miembros de la Gran Alianza perdiesen el interés por el conflicto, ante el temor de que a una superioridad francesa sucediera un predominio austriaco que repitiese la situación de los dos siglos anteriores (la época de Carlos I de España y V de Alemania). Las conversaciones de paz entre los continentes concluyeron en la Paz de Utrecht (1713) y en los Acuerdos de Rastatt (1714). En España, la guerra continuó hasta septiembre de 1714, cuando las tropas borbónicas tomaron Barcelona.

1.3. Las consecuencias del conflicto

Los acuerdos que pusieron fin a la guerra de Sucesión conllevaron el establecimiento de un nuevo mapa político europeo.

Los grandes beneficiarios fueron Austria y Gran Bretaña.
Austria adquirió (Milanesado, Flandes, Nápoles, Cerdeña y Sicilia); Gran Bretaña logró (Terranova, Gibraltar y Menorca) y, sobre todo, la entrada en el mercado de la América española (exclusividad del comercio de negros y autorización para enviar anualmente una nave comercial).

La gran derrotada fue España.

Todos estos hechos marcaron el indudable declive de la antaño primera potencia continental. España quedó reducida prácticamente a los límites actuales. En el orden interno, aparte del cambio de dinastía, se implantó un absolutismo centralista y uniforme, lo que conllevó la abolición de la mayoría de los fueros de los antiguos reinos hispánicos. 2

2. La nueva ordenación del Estado

La nueva dinastía borbónica, llevó a cabo una profunda reforma del Estado, aplicando. Jefas formas de gobernar.

2.1. Los Decretos de Nueva Planta

El final d la guerra supuso el triunfo del absolutismo de carácter centralista y uniformador. Se inició una nueva forma de entender es estado, su organización interna y su política exterior. En los reinos que habían resultado derrotados en la guerra de Sucesión (Aragón, Cataluña, Valencia, Mallorca) se estableció una nueva organización de monarquía. La abolición de los fueros en cada uno de ellos fue seguida del desmantelamiento de sus instituciones y de la implantación de una monarquía absoluta muy centralizada, que seguía la tendencia marcada por Luis XIV en Francia.

Esta. UEFA forma de gobierno se articuló mediante los denominados Decretos de Nueva Planta, que suprimieron el gobierno propio de los reinos de Aragón, Valencia y Mallorca y del principado de Cataluña (1715-1716). Sólo los vascos y navarros mantuvieron sus privilegios históricos como premio a su fidelidad a Felipe V.

La organización de las zonas sometidas a los Derechos de Nueva Planta siguió, el modelo de las instituciones castellanas, con algunas influencias francesas.
Los virreyes fueron sustituidos por los capitanes generales, que desempeñan funciones militares y gubernativas. Las audiencias se encargaban de los asuntos judiciales y de asesorar a los capitanes generales.
Los intendentes, figura de orden francés, se crearon para fiscalizar la administración del territorio y tenían atribuciones en materias de hacienda, milicia, justicia, gobierno, obras públicas e inspección de autoridades y de organismos.

En todos estos territorios se implantó un sistema de contribución única, basado en la recaudación de una cantidad fija para cada reino.

Las tendencias uniformadoras se aplicaron también mediante la obligación del uso del castellano en la nueva administración.

2.2. La centralización de la reforma administrativa

La idea de un absolutismo ilustrado triunfó en casi todas las monarquías europeas. La monarquía ilustrada se vio calara ente reflejada a partir del reinado de Fernando VI y culminó con el de Carlos III. Para los políticos ilustrados, el Estado debía ser el promotor de los cambios. La primera característica es la de una gran centralización política y una homogeneización de las instituciones en toda la Corona.

Los órganos de gobierno

Una serie de secretarías, cuyo número fue variando a lo largo de la centuria, se encargaron de los asuntos de gobierno (Estado y Asuntos Extranjeros, Guerra y Marina, Indias y Hacienda). Al frente de cada una de ellas figuraba un responsable nombrado por el rey. La reunión de estos responsables de las secretarías constituía el gabinete que más tarde sería el consejo de ministros.

Las Cortes desaparecieron en virtud de los Decretos de Nueva Planta, a excepción de las castellanas, aunque sea la tarea legislativa pasó a las instituciones directamente vinculadas al rey.
Estas perdieron poder y sus reuniones fueron escasas. Los Consejeros vieron reducida su influencia y se limitaron a funciones consultivas, excepto el Consejo Supremo de Castilla que actuaba como Tribunal Supremo.

A partir de los Decretos de Nueva Planta se generalizó la implantación de los capitanes generales y de las audiencias.
Para el gobierno municipal se creó, como ya existía en Castilla, el cargo de corregidor, nombrado por el monarca, el corregidor nombraba las élites urbanas a los regidores que le ayudaban en el gobierno local.

Los reyes intentaron disminuir el poder temporal de la Iglesia. Esta política se plasmó en el llamado regalismo o imposición de la autoridad real sobre los asuntos religiosos, evidente, sobre todo, a partir de Carlos III.

Entre las medidas de reducción del poder celestial, la más llamativa fue la expulsión de los jesuitas por su estrena vinculación a Roma.

La reforma fiscal

La reorganización de la Hacienda Pública tendió a la centralización de la recaudación de los impuestos y una modernización del sistema. Sólo las provincias vascas y el reino de Navarra siguieron disfrutando de anatomía fiscal.

La carga impositiva, se dio, una simplificación de los impuestos y la sustitución de los impuestos y la sustitución de sus arrendamientos por la gestión directa a cargo de funcionarios reales, así como la creación de. Jefas fuentes de ingresos, como la lotería (1763).

El gran proyecto fiscal de los ilustrados fue la llamada >, un sistema que debería basarse en una estadística seguro de la propiedad de cada localidad, o sea, un catastro general. Este trabajo comenzó a realizarse en 1749 bajo la dirección del marqués de la Ensenada, pero no llegó a concluirse por la oposición de las clases privilegiadas.

El principal capítulo pendiente durante todo el siglo, tal como denunciaba Jovellanos, seguía siendo la alcalaba, el impuesto indirecto que gravaba todas las transacciones comerciales y que portaban las clases bajas.

A finales del reinado de Carlos III, el Estado comenzó la emisión de vales reales o títulos de deuda. Para su control y gestión se creó el Banco de San Carlos, primer banco oficial vinculado al Estado.

El nuevo sistema impositivo se aplicó en primer lugar en los territorios de la corona de Aragón; los intentos en Castilla fracasaron por la resistencia de la nobleza.
Igualmente se frustró el intento de unificar las monedas de cada uno de los antiguos reinos. 3

3. La política exterior. América

La transformación de España en una potencia de segundo orden en el contexto europeo hizo que durante el s. XVIII, sus principios básicos fueron la alianza con Francia y la defensa de los intereses españoles en América.

3.1. El nuevo papel de España en el contexto internacional

La nueva dinastía reinante dio un viraje radical a la política internacional española.
Las nuevas orientaciones internacionales estuvieron presididas por la amistad con la antigua gran enemiga, Francia. La segunda característica fue la enemistad con Gran Bretaña.

Los pactos de Familia


La política exterior de Felipe V se orientó, en principio, a la recuperación de los territorios perdidos por el Tratado de Utrecht.
Los ministros Alberoni y Ripperdá dirigieron este proyecto con el propósito de que los territorios italianos retornasen de manos austriacas a españolas.

El ministro Patiño propició la aproximación a Francia, que se plasmó en la firma de los dos primeros Pactos de Familia con los Borbones franceses.

Un fruto de estos acuerdos fue el acceso de dos hijos de Felipe V a tronos italianos: el futuro Carlos III fue nombrado rey de Nápoles-Sicilia y su hermano Felipe accedió al ducado de Parma-Plasencia.

Durante el reinado de Fernando VI (1746-1759)
se adoptó una política exterior más neutral y pacífica.

A partir del acceso al trono de Carlos III (1759-1788), hermanastro de Fernando VI, España volvió a involucrarse en la política europea. En 1761 se firmó el tercer Pacto de Familia.

España participó junto a Francia a favor de las colonias sublevadas contra Gran Bretaña en la guerra de la Independencia americana; la derrota británica permitió a España, recuperar por la Paz de Versalles de 1783,
Menorca y Florida.

Durante el reinado de Carlos IV (1788-1808)
, hijo de Carlos III, la política exterior española pasó del enfrentamiento con la Francia revolucionaria hasta 1795 a la alianza con esta nación a partir de 1797. Que culminó con la invasión de España por el ejército de Napoleón, lo que provocó la guerra de la Independencia en 1808.

3.2. La América española durante el siglo XVIII

El siglo XVIII fue para las colonias españolas en América un período de crecimiento económico.

Su población aumentó casi un 50%, la mayoría indios y mestizos, y un 10% de negros. En esta época representa el momento de mayor esplendor urbano en todos los virreinatos.

La economía, basada hasta entonces en la producción agraria de las inmensas propiedades rurales, se dinamizó con una fuerte actividad comercial que supuso el crecimiento de las principales ciudades portuarias, como La Habana o Buenos Aires. Comenzó la exportación de grandes cantidades de productos tropicales, como el cacao para la fabricación de chocolate, el tabaco, el azúcar, el algodón, etcétera. La minería se recuperó; la expansión minera se basó en el empleo de nuevos métodos y técnicas de explotación.

Este esplendor dio origen a unas burguesías urbanas ricas y cultivadas, que, junto con los terratenientes, constituían el grupo social privilegiado. En su mayor parte descendientes de españoles, eran denominados criollos. En estos grupos sociales surgió un resentimiento contra los españoles, ya que estos continuaban ocupando los principales puestos del gobierno de las colonias. Desde la independencia de Estados Unidos en 1776, los criollos comenzaron a sentir simpatía hacia las ideas liberales que habían definido los líderes de la revolución estadounidense.

4. Expansión económica y cambio social

La regeneración de España tras los efectos negativos de la guerra de Sucesión pasaba por revitalizar la economía.

Se intentó aprovechar el período de bonanza económica por el que atravesó Europa durante esa centuria. Pero este espíritu reformador, tanto económico como social, fue siempre limitado.

4.1. La agricultura

La tierra siguió constituyendo la base de la economía española y España continua siendo un país rural.
El siglo XVIII fue un período de crecimiento de la producción agraria, que se basó en la extensión de las tierras cultivadas. Los métodos de trabajo en el campo siguieron siendo los tradicionales y, por tanto, poco eficientes. El barbecho aún estaba presente en la geografía agraria española y los cultivos apenas variaron respecto a épocas anteriores. 4

Los dueños de la tierra


La propiedad de la tierra se concentraba, fundamentalmente, en manos de la Iglesia, la nobleza, los municipios, la Corona, y en menor medida, de pequeños y medianos propietarios.
En general, en Cataluña o en Galicia, los campesinos gozaban de contratos de larga duración, por el contrario en Castilla o en Andalucía predominaban los de corto plazo o la explotación por medio de jornaleros, lo que favorecía el control efectivo de sus tierras por parte de la nobleza y de los propietarios eclesiásticos.

La estructura de la propiedad impedía el crecimiento de la producción, ya que la mayor parte de la tierra estaba en manos de la Iglesia como propiedad amortizada o vinculada a casas nobiliarias y a concejos, de manera que no podía ser parcelada o vendida. Eran propiedades fuera del mercado imposibilitadas de ser capitalizadas o mejoradas.

Durante el reinado de Carlos III, Olavide y Jovellanos elaboraron informes para un proyecto de Ley Agraria iniciado bajo la dirección de Campomanes.

Tímidas reformas en el campo


En Extremadura, Andalucía y La Mancha se aplicó un innovador programa de reforma agraria, que repartió tierras comunales entre los campesinos con el fin de crear una clase media rural; jornaleros y pequeños propietarios consiguieron tierras y ayudas económicas del Estado para comparar aperos de labranza, simientes y viviendas. Bajo la dirección de Olavide como intendente de Andalucía se llevaron a cabo repoblaciones de territorios despoblados en Sierra Morena. 6000 colonos alemanes, holandeses y españoles fueron instalados en treinta pueblos y aldeas alrededor de tres nuevos centros: La Carolina, La Carlota y La Luisiana. Allí se les dotó de viviendas y mobiliario, ganado, semillas y herramientas.

4.3. La industria y el comercio

La industria siguió siendo, fundamentalmente, artesanal.
Se mantenía el estricto orden gremial, con sus talleres en los que trabajaban maestros, oficiales y aprendices, con sus severas reglamentaciones; su tecnología elemental y una producción de mercado local o regional.

Comenzaron a surgir algunos tímidos ejemplos de formas diferentes de producción industrial.
Así, la industria doméstica ya estaba presente en las ferrerías vascas, la fabricación de la seda valenciana o en el textil catalán. También apareció en el siglo XVIII la concentración de capital y mano de obra abundante en un edificio.
Algunos ejemplos de este tipo de industria fueron de iniciativa estatal, como las manufacturas reales destinadas a fomentar la competitividad con el extranjero o a estimular la iniciativa de los particulares en fábricas de municiones o las fábricas de objetos de lujo para abastecer a las clases privilegiadas, como la fábrica de tapices, la de cristales o la de porcelanas.

Hubo algunos casos en los que la iniciativa privada, bajo el Estado. Entre ellas destacan las primeras industrias textiles de indianas (telas de algodón), que fueron origen de la industria textil catalana del siglo XIX. Que actuaban al margen de los gremios e implicaban la concentración de capital y trabajo dirigido por un empresario.

La actividad comercial


El comercio fue la principal preocupación económica de los ilustrados reformistas. Fue, sin duda, el sector que más creció durante este siglo.
Se crearon juntas de comercio y consulados, y compañías comerciales. Un factor que estimuló la actividad comercial fue el final del monopolio que tenía la Casa de Contratación (primero ubicada en Sevilla y más tarde en Cádiz). Los decretos de Libertad de Comercio de 1765 y 1778 autorizaron a todos los puertos españoles a comerciar con las colonias; estas medidas propiciaron el progreso en ciudades portuarias como Barcelona, Santander y Málaga.

En el comercio interior se mantenían numerosas trabas, como la pervivencia de las aduanas interiores, el bajo consumo local o las dificultades en el transporte.

4.4. El crecimiento de la población

Una de las principales características del siglo XVIII fue el importante crecimiento demográfico. Los incrementos más altos se dieron en la costa mediterránea (Cataluña, Valencia, Murcia) y en Aragón, y los menores, en Galicia y Castilla. Este hecho supuso el predominio demográfico de la periferia sobre el centro de la Península y el auge de las ciudades, como Madrid o Barcelona, sobrepasaron los 100.000 habitantes. Cádiz, Granada, Sevilla y Valencia se aproximaron a esta cifra.

Las causas del aumento de la población fueron diversas. Unas fueron demográficas:
el aumento de la natalidad y de la nupcialidad, el retroceso de las mortalidades catastróficas y de la emigración, y algunas mejoras higiénicas y sanitarias. El hecho más decisivo fue el crecimiento de la producción agrícola, que permitió alimentar a una población cada vez más numerosa. 5

4.5. Los cambios sociales

La sociedad española del siglo XVIII estuvo a medio camino entre la organización estamental y la de clases, aunque desde el punto de vista jurídico persistió la desigualdad ante la ley. Pero los estamentos privilegiados, nobleza y clero fueron obligados a aumentar su aportación a las arcas del Estado.

Pero la diferencia social se establecía también entre quienes trabajaban y quienes vivían de rentas.
Entre estos últimos se incluían la gran nobleza y el alto clero, propietarios de inmensos latifundios y que gozaban de un gran poder político, ya que seguían ocupando los puestos más destacados de la Administración y del Ejército. Bien es cierto que la naja nobleza (Hidalgos) y del bajo clero subsistían con pocos lujos.

La inmensa mayoría de la población estaba constituida por el campesinado, aunque existían situaciones muy diversas: desde los jornaleros pobres de La Mancha o de Andalucía hasta un sector del campesinado propietario de tierras con una biena posición económica. En las ciudades comenzaron a consolidarse sectores burgueses influyentes, formados por ricos comerciantes, industriales, financieros o profesionales (médicos, notarios, abogados, etc). En el otro extremo estaba una gran masa de trabajadores, empleados domésticos y pobres, que protagonizaron revueltas cuando el precio del pan subía ante la escasez de los cereales.

La España del siglo XVIII era una sociedad de transición.
Si bien la gran nobleza y el alto clero mantuvieron sus privilegios, se fueron configurando en pequeños grupos de burgueses llamados a desempeñar un papel fundamental en el siglo XIX.

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