09 Ago

Tiempo externo

No existe una referencia exacta al año en que transcurre la historia. Sin embargo, hay una serie de hechos, aludidos en la novela, que nos permiten situar la narración en una horquilla aproximada a determinado momento histórico. El año más alejado que puede admitirse es el de 1975, ya que en varios momentos se alude a las comisarías de los años del franquismo como algo ya pasado. Otros hechos que permiten situar la narración en un tiempo histórico son las numerosas alusiones que existen a la actividad de la ETA, a los sacerdotes obreros, a la amplitud del seguimiento de la televisión de los hechos delictivos, lo que nos lleva a los años ochenta o principios de los noventa. Da la impresión de que Muñoz Molina ha situado la novela en una época cercana a aquella en la que escribe la novela (1997). Otro dato más nos sirve para situar el relato en la década de los noventa; aparece en el capítulo 11, cuando Susana Grey y el Inspector dialogan sobre el asesino de la niña; dice la maestra: «- no me digan que están enfermos – dijo la maestra, con un acceso de dignidad y de rabia- Es como decir que esos militares serbios de Bosnia no pueden vencer el impulso de matar y violar mujeres». El conflicto militar entre serbios y bosnios, del que tanto se habló en la prensa, sucedíó a partir de 1991, cuando tras proclamarse la independencia de Eslovenia y Croacia, el parlamento bosnio adoptó la misma decisión que no fue aceptada por los serbios. Estos hechos tuvieron su culminación en 1995. Es pues, en estos años, cuando hay que situar la afirmación de la maestra. Otro dato que viene a confirmar esa datación es la cita de una película que el asesino hace en el cap. 17: El silencio de los corderos, estrenada en 1990.

Todos los datos de que disponemos nos llevan a concluir que el tiempo externo del relato no está muy alejado, en el tiempo, de la fecha de publicación de la novela. Podemos resumir, pues, que el tiempo externo de la novela se sitúa en una fecha indeterminada entre los años 1991 y 1997.

Tiempo interno

El autor aporta datos que nos permiten ir eslabonando y situando la acción en el tiempo. Los detallamos a continuación e intentamos también poner en evidencia pequeñas contradicciones temporales en que incurre el autor o, como mínimo, nos parece apreciar a nosotros.

La llegada del inspector a la ciudad es relativamente reciente: “… era todavía en gran parte un desconocido en la ciudad, porque se había trasladado a ella sólo unos meses antes, a principios de verano” (cap. 1). En cambio el crimen sucede a principios de Octubre, así se recoge en el testimonio de la dueña de la librería (“recordaba que había encendido las luces un poco antes de que ella entrara, porque hacía poco que habían adelantado la hora,…”) y en las mismas palabras del narrador en el cap. 4 (“La lluvia, tan necesitada, vino al mismo tiempo que los anocheceres tempranos de Octubre y que la noticia del crimen y el tránsito de la estación sorprendíó a la ciudad…”) y en el 29 (“desde principios de Octubre, desde que vio en el terraplén y luego en la mesa de autopsia la cara de Fátima”).

El intento de asesinato de Paula ocurre “en la noche prematura del final de Noviembre” (cap.20), dos meses después del asesinato de Fátima, la primera niña. Diversas referencias se dan en el cap.20: “dos meses enteros sin subir por estas calles…”; “donde no ha vuelto desde hace ocho semanas” etc. Y ese itinerario sísifo de persecución y violencia coincide con el encuentro de amor con Susana Grey en aquella noche de plenilunio.


Tiempo cronológico

El orden en que se cuentan los hechos apenas sufre alteraciones importantes, si bien a lo largo del relato hay continuas analepsis para llenar vacíos temporales próximos. Algunos ejemplos: ya en el primer capítulo cuando sabemos que el inspector busca la mirada del asesino hay diversas retrospecciones para contarnos, bien a través de lo dicho por Ferreras, bien a través de lo imaginado por el inspector, datos y escenas de cómo murió la niña (recordemos que hay un comienzo in media res). Analepsis también más amplias como los recuerdos de cuando el Inspector era alumno del colegio de los jesuitas (en su diálogo con el padre Orduña); la rememoración del propio inspector sobre su estancia en el País Vasco y también los recuerdos de Susana Grey de su vida de casada. Otros fragmentos menores de recuerdos se dan en otros personajes, así cuando el asesino evoca las burlas que tuvo que sufrir en la mili (perfilan la personalidad de los protagonistas, pues muchos de los recuerdos dibujan traumas, complejos…). Todo ello es servido, por tanto, para el conocimiento de la identidad de los personajes o para llenar el vacío de la trama que el lector desconoce.

  1. Espacio

Ya en las primeras páginas de Plenilunio aparece el parque de la Cava o, poco después, «la plaza donde estaba la estatua del general». Mucho más adelante se mencionan la calle Mesones y la calle Nueva. Una celebración religiosa sucede en la Iglesia de la Trinidad; se pasa delante del hospital de Santiago. Además en toda la novela se distingue una parte antigua, caracterizada por la belleza de sus edificios, y una parte moderna, de arquitectura más discutible: «(…) decide dar una vuelta esa noche por la parte antigua de la ciudad donde según ha leído hay edificios muy notables, iglesias y palacios del Renacimiento». Pocas páginas después se vuelve a repetir la misma valoración:» en esta ciudad histórica», dijo, «en esta joya del Renacimiento».- Los jardines de la Cava, por ser al mismo tiempo el lugar del crimen, de la investigación y donde se captura al criminal-La plaza principal, por tratarse de un lugar central donde confluyen todos los protagonistas

-Del colegio de los jesuitas destaca el contraste entre el pasado y el presente (“lo único que quedaba del antiguo colegio era la iglesia y el edificio donde estuvieron las aulas y los dormitorios de los internos, y donde solo él –Orduña- y algunos empleados tan viejos como el mismo seguían viviendo”)


En cuanto al Inspector, es el personaje que establece más relaciones en el conjunto de la trama. Por una parte, es un personaje activo que lleva el peso de la investigación sobre el asesinato de la primera niña. Esta tarea la lleva de una forma obsesiva. Dentro de la novela – y esta limitación llama un tanto la atención del lector – y, en la comisaría, se ocupa casi únicamente de ese caso; parece que en la ciudad no hay otro tipo de delitos graves que merezcan su atención. Sus compañeros de comisaría, los otros policías o los funcionarios que allí trabajan, no aparecen prácticamente en la novela. Sólo los guardias de la puerta o algún guardia del interior aparecen mínimamente. Es frecuente que los novelistas doten a sus criaturas de ficción de algún atributo físico, de una determinada prenda de vestir o de un objeto que siempre llevan para que se fije de modo más indeleble en la mente del lector y este lo identifique enseguida que aparezca. El cabello gris, como de un hombre de mediana edad, su vestimenta de hombre, con un anorak llamativo y unos zapatones más propios de otro lugar que de Andalucía, que procede del Norte, sirve para definirlo.

Ferreras,  el médico forense. Tiene dos funciones en la novela: por una parte es el que nos da los datos físicos sobre la muerte de la primera niña o sobre el asalto que ha sufrido la segunda. Es un profesional cuidadoso que recoge todos los testimonios físicos que pueden servir para identificar al criminal. Pero además tiene también un papel importante al recordar a la Susana Grey de hace años, una mujer hermosa que sufríó como él el abandono de su pareja. Este médico forense que por razón de su cargo tiene que servir de contertulio del Inspector sirve también para establecer un contraste de carácter con él; uno es callado, reflexivo, introspectivo; el otro es mucho más charlatán, más impulsivo, más volcado hacia fuera. El novelista lo presenta como alguien que dice habitualmente todo lo que se le pasa por la mente. Cree en la bondad humana y no cae en la desesperanza, aunque afirma de la sociedad: “No entiendo a mis contemporáneos”.

Padre Orduña:


su existencia y sus recuerdos sirven para explicar la vida infantil del policía, hijo de un rojo represaliado, que pasó a estudiar en un colegio de curas, fue confidente de la brigada político social en la universidad y acaba convirtiéndose en policía. El Padre Orduña es el vínculo entre el presente y el pasado. Cumple además la función de escuchar al inspector, de ser aquel en que ese deposita, en una especie de confesión laica, sus dudas morales y los defectos de sus actuaciones. Siente indiferencia hacia lo material y se asemeja a un asceta solitario. Tampoco comprende el horror, la explotación y la crueldad, ni acepta que Dios los permita. Santos Alonso critica la construcción del personaje como esquemático y tópico.

Susana Grey justifica su presencia en la novela como maestra de la primera niña desaparecida. Pero va a ser el centro de la otra trama de la novela: el amor del Inspector. Muchos de los rasgos son los tópicos de una buena maestra; pero a partir del momento en que las relaciones con el Inspector se vuelven más íntimas el personaje se va haciendo más complejo. Abandonada por su primer marido (“Era mucho más hábil para acusarse… que para defenderse”, cap. 21), educando ella sola a su hijo hasta los catorce años, se nos presenta como una mujer fuerte y decidida. En sus relaciones con el inspector es ella la que toma la iniciativa; por otro lado, frente a la personalidad del Inspector, un funcionario sin excesivas inquietudes culturales, Susana Grey es aficionada a la música clásica y ligera y la mesilla de noche de su casa está llena de autores literarios bien seleccionados.


A la figura del asesino se le podría llamar, como en la preceptiva clásica, el antagonista. En los primeros capítulos  se procede como es habitual en los relatos policíacos dosificando la información sobre el sospechoso. Al principio, hay muy pocos indicios: «Quien ha hecho una cosa así tiene que llevarlo escrito en la cara», insiste en el motivo repetido de que un hombre es responsable de su cara, que el mal se acusa en el rostro. Es después, cuando una mujer asegura haber visto a un hombre que acompañaba a Fátima, la niña, cuando se nos dan los primeros datos concretos del criminal: «iba con un hombre joven, moreno, sí señor, parecía su padre o su tío, la llevaba pasándole una mano por el hombro, se cruzaron conmigo en la acera» y aporta el dato relevante de que llevaba una mano herida y se iba chupando la sangre. En el capítulo 9, el médico forense, Ferreras, comienza a aportar datos científicos: «tenemos sus huellas (…) tenemos su sangre y su saliva, su pelo y su piel, la forma de la suela de sus zapatos, y estoy esperando que me manden desde Madrid el informe de su ADN». Pero, ante esos datos, el ins­pector sigue pensando en lo que le aconsejó el sacerdote: «busca sus ojos, su cara entre la gente, no su código genético». Seguramente se dedica a un trabajo manual, deduce el Inspector más adelante.

A) Narrador y Punto de vista

Hay un narrador omnisciente focalizado en los personajes principales como veremos más adelante. En Plenilunio utiliza sobre todo la narración en tercera persona, aunque en determinados momentos de la novela se pasa a la confesión personal en primera persona, metida dentro de un diálogo. Eso sucede cuando Susana Grey, en su primera cena con el inspector, le hace confidencias sobre las difíciles relaciones con su marido del que se ha separado hace años (cap. 18); o en las confesiones del inspector sobre la búsqueda del asesino o su confesión con el padre Orduña (cap. 26).

El narrador está fuera de la acción; no es ningún personaje, por lo que según su participación en la historia es un narrador externo (extradiegético).

Este narrador omnisciente, sin embargo, se centra cada vez en un solo personaje. Lo sigue desde el interior pero sin darnos un panorama amplio en el que todos quepan, ni tampoco anticipando acontecimientos o haciendo juicios de valor. No juzga a sus personajes; nos transmite en tercera persona aquello que hacen y sienten. Esta tercera persona adopta un tono uniforme y una identificación minuciosa con la perspectiva de cada uno de los personajes; hay capítulos que presentan en directo la percepción del asesino o de otros personajes. Esta perspectiva permite la intimidad con las cosas y las personas, al tiempo que la mirada distanciada.

El estilo indirecto libre aparece en la novela y permite incorporar dentro de la intervención del narrador el punto de vista de un personaje, cuyos comentarios subjetivos, pensamientos, recuerdos… oímos.

Dada esa omnisciencia focalizada primordialmente cada vez en un solo personaje, podríamos hablar de un narrador omnisciente selectivo múltiple (identificado con perspectiva múltiple).

B) Otras técnicas (ligadas al punto de vista)

El narrador va poniendo el foco narrativo alternativamente en diversos personajes: el inspector, Susana Grey, el padre Orduña, Ferreras y el violador principalmente. A través de ellos vamos conociendo y progresando no sólo en el conocimiento y construcción de los personajes sino también en el conocimiento y nuevos datos de la trama, de la historia. Vista ésta muchas veces no ya a través del narrador sino a través de dichos personajes bien por lo que hacen o dicen o suponen, bien por la técnica del estilo indirecto libre o el monólogo.

Deja un comentario