09 Nov

Espíritu Santo: el Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, consubstancial al Padre y al Hijo.

Los símbolos bíblicos que nos presentan al Espíritu Santo proceden del orden de la naturaleza o del mundo animal: el agua, La uncíón, El fuego, La nube y la luz, El sello,  La mano, El dedo y La paloma.

El Espíritu no puede nombrarse con palabras, es inefable, ni se deja aprehender porque no tiene rostro y no habla.

El Padre tiene un rostro que el hombre no puede ver sin morir, pero nos fue revelado por el Hijo. El Hijo tiene un rostro que se manifiesta en su humanidad. Pero el Espíritu Santo no tiene rostro, por tanto, no es un “tú” con el que podamos estar frente a frente, sino que es siempre un “él”.

Jesús sopla sobre sus apóstoles para darles el Espíritu Santo como una fuerza interior, de tal modo que a partir de ese momento actuarán con su poder.

El Espíritu Santo nunca es interlocutor de un diálogo. El Padre y el Hijo hablan entre sí y hablan a los hombres. Jesús es la Palabra que revela al Padre. Pero no hay ninguna palabra propia del Espíritu. El Espíritu prepara, acompaña y continúa la misión del Hijo.

El Espíritu no habla por sí mismo, pero hace hablar a los hombres, a los que inspira según el pensamiento del Padre y del Hijo.

El Espíritu Santo no es alguien a quien se pueda tener frente a frente en la relación, como el Hijo. El Espíritu Santo es quien nos permite estar en comunión con el Hijo, es decir, es nuestra relación con Él.

El Espíritu Santo habita en nosotros por gracia, como habita en el Hijo por naturaleza.


Santísima Trinidad:Dios es vida y es amor, y, por tanto, en virtud de su propio ser, no es un ser solitario, sino que está constituido por un intercambio eterno de un amor infinito.

La unicidad de Dios puede integrar en sí misma una forma de pluralidad que permita al amor amar a un ser verdaderamente otro. Su intercambio amoroso supone una verdadera alteridad.

Entre las personas divinas funciona una relación de lo mismo y de lo otro. El Padre, el Hijo y el Espíritu poseen la misma naturaleza divina, pero son diferentes por sus relaciones de origen.

Dios es Padre porque ha hecho la experiencia eterna de amor con su propio Hijo. Su paternidad inagotable e infinita constituye la fuente de la creación y de la salvación.

Por amor, el Hijo ha asumido nuestra condición humana, para liberarnos del pecado y comunicarnos su propio Espíritu.

En la historia de la salvación, que culmina en la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo, la Trinidad se nos revela dinámicamente.

En la cruz se manifiestan las tres personas de la Trinidad: el Padre que envía al Hijo y lo entrega a la cruz; el Hijo, que, en actitud de obediencia filial, se desprende de sí mismo y, con ello, revela su origen divino; el Espíritu Santo que los une a ambos.

Toda la realidad de amor, velada en la cruz, se manifiesta plenamente en la Resurrección: el Padre resucita al Hijo por el poder del Espíritu. En la cruz, el Hijo entrega su Espíritu al Padre; en la Resurrección, el Padre devuelve el Espíritu al Hijo para que retorne a la vida en su humanidad, y para su difusión entre los hombres. Jesús resucitado exhala el Espíritu sobre sus discípulos para que, con el poder de este mismo Espíritu, puedan perdonar los pecados.


La Iglesia: La Iglesia es el pueblo de Dios, es decir, el conjunto de todos los bautizados y creyentes que la constituyen. Es también el lugar del don trinitario de Dios a los hombres y el Cuerpo Místico de Cristo. Por tanto, es una realidad visible, en cuanto institución humana, y radicalmente invisible en su realidad profunda.

La Iglesia es radicalmente santa en su origen, pero es también pecadora en su vida, pues está formada por hombres pecadores. La Iglesia tiene siempre, por tanto, necesidad de conversión.

La vida de la Iglesia está siempre fundada sobre un doble acontecimiento: La vida de Jesús de Nazaret, muerto y resucitado; La venida del Espíritu Santo en Pentecostés.

la Iglesia es una realidad visible, pero es, a su vez, portadora de un don divino, que la supera infinitamente y que es invisible. Así pues, la Iglesia es un misterio, cuya trascendencia profunda supera infinitamente su faz visible e histórica.

La Iglesia una ( un solo pastor y un solo rebaño), santa (Tiene por fundamento a Cristo, que es santo, y ha recibido el Espíritu de santidad), católica (La Iglesia es universal. Cada Iglesia local es católica porque está en comunión viva con las otras Iglesias) y apostólica (La Iglesia enseña la doctrina de los apóstoles y está presente en la continuidad del ministerio del Papa y el colegio de los obispos, que tiene su origen en el ministerio de Pedro y los demás apóstoles).

Jesucristo es el único sumo sacerdote de Dios, y todos los bautizados participan de su sacerdocio, es decir, tienen una condición sacerdotal y constituyen una comunidad sacerdotal. El “sacerdocio común” de los fieles y el “sacerdocio ministerial” de los obispos y los sacerdotes son dos modos distintos de participar en el único sacerdocio de Cristo.

Para los fieles, el sacerdocio es “existencial”, y debe ser ejercido “en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación y caridad operante”. El sacerdocio ministerial es una participación en la misión de Cristo de congregar a su Iglesia. Por tanto, está al servicio del sacerdocio común. Al sacerdocio ministerial le corresponde formar y dirigir al pueblo sacerdotal, celebrar el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo y ofrecerlo a Dios en nombre de todo el pueblo.

El Espíritu Santo distribuye gracias especiales entre los fieles, y así los hace aptos para ejercer las diversas obras y deberes en la Iglesia.


El ministerio y el gobierno de la Iglesia (como institución): La Iglesia necesita una organización interna jurídica, que es el Código de Derecho Canónico (establece normas jurídicas que regulan la organización de la Iglesia católica y orientan la vida de los fieles católicos de acuerdo con los fines propios de la institución eclesial). Por otra parte, la Lumen gentium, desarrolla la doctrina sobre la Iglesia.

Los Obispos tienen encomendados tres oficios principales: enseñar, santificar y regir.

Los Presbíteros anuncian a todos la palabra de Dios y explican la Escritura al pueblo. El sacerdote participa también del oficio del obispo de regir, para lo cual recibe jurisdicción sobre su parroquia o la capellánía que se le ha confiado.  

Los Diáconos reciben la imposición de las manos no en orden al sacerdocio, sino en orden a los ministerios. Representa oficialmente en la Iglesia el símbolo del servicio: servicio de la liturgia, servicio de la palabra y servicio de la caridad.


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