28 Jul

LA GENERACIÓN DEL 50

Hacia 1955 se consolida el llamado «Realismo social«. De esa fecha eran dos libros de poemas que marcan un hito: Pido la paz y la palabra, de Blas de Otero, y Cantos iberos de Gabriel Celaya. En ellos, ambos poetas superan su anterior etapa de angustia existencial, para situar los problemas humanos en un marco social. (También en esta dirección, los nuevos poetas se hallarán «acompañados» por una figura «del grupo del 27»: Vicente Aleixandre, que, en1954, daba un giro profundo a su obra con Historia del corazón, centrado en la idea de «solidaridad».)

Obras como las citadas muestran un nuevo concepto de la función de la poesía en el mundo.
Partiendo de la «poesía desarraigada», se ha pasado a la» poesía social». Ya Vicente Aleixandre decía: «El poeta es una conciencia puesta en pie hasta el fin». Para Celaya, «un poeta es, por de pronto, un hombre» y «ningún hombre puede ser neutral». La poesía, por tanto, debe «tomar partido» ante los problemas del mundo que le rodea. El poeta se hace «solidario» de los demás hombres; antepone a las metas estéticas los objetivos más inmediatos:

«La poesía -según Celaya- es un instrumento, entre otros, para transformar el mundo.» En definitiva, se entiende la poesía como un acto de solidaridad con los que sufren, abandonando la expresión de los problemas íntimos o «existenciales»; rechazo de los «lujos» esteticistas; repulsa de la «neutralidad» ante las injusticias o conflictos sociales, etc.

Junto a Celaya y Otero, cultivan la poesía social muchos de los que antes se inscribían en la «poesía desarraigada»: Crémer, Nora, Garciasol, A. Figuera, L. De Luis.

En cuanto a la temática, hay que destacar la gran proporción que alcanza el tema de España, más obsesivo aún que en los «noventayochistas» y con un enfoque bien distinto (más político). Proliferan, en efecto, títulos de libros o de poemas como estos: Que trata de España (Otero), Tierras de España (Garciasol), España, pasión de vida (Nora), Dios sobre España (Bousoño), etc. Pudo incluso componerse una copiosa antología titulada El tema de España en la poesía española contemporánea (de José Luis Cano)

Bastantes años antes -durante nuestra Guerra Civil- dos poetas hispanoamericanos nos habían dado títulos semejantes a los citados: España en el corazón (Pablo Neruda) y España, aparta de mí este cáliz (César Vallejo). Son obras que ha presidido nuestra poesía social. Y junto a ellas, la influencia de Antonio Machado y Miquel Hernández.

Dentro de la preocupación general por España y del propósito de un «Realismo crítico» se sitúan temas concretos: la injusticia social, la alienación, el mundo del trabajo, el anhelo de libertad y de un mundo mejor..

Tales temas -y las intenciones que los sustentan- explican las notas dominantes en el estilo. Los

poetas se dirigen «a la mayoría»: Celaya y Otero, a la cabeza de muchos más, expresan su voluntad de llegar al pueblo. Tal pretensión conduce al empleo de un lenguaje claro, intencionadamente prosaico muchas veces, y a un empleo sistemático del tono coloquial. Celaya habla de «escribir como quien respira». Otero dice: «Escribo como escupo». Se extrema, así, el alejamiento de los primores estéticos. Es cierto que, por ese camino, muchos caerán en el peligro de una poesía prosaica, en el peor sentido: una poesía banal, por un extraño pudor

a «hacer literatura». Pero también es cierto que los grandes poetas acertarán a descubrir los valores poéticos de la lenqua de todos los días. En conjunto, de todas formas, la preocupación por los contenidos es evidentemente mayor que el interés por los valores formales o estéticos.

¿Consiguió esta poesía su objetivo de llegar a la inmensa mayoría? Piénsese que, por aquellos años la tirada de un libro de versos rara vez alcanzaba los mil ejemplares… Por otra parte, ¿estaba «el pueblo» en condiciones de leer poesía? El mismo Celaya, en 1960, confesaba que «aunque uno no lo quisiera, sequía siendo minoritario». Y Blas de Otero se conformará pronto con sentirse “con la inmensa mayoría,», “aunque no me lean». Uno y otro se desengañan -como muchos- de que se pueda «transformar el mundo» con libritos de poemas. Haría falta -piensa aquél- que la poesía pasara por el altavoz o por el disco para que conquistara

amplia audiencia. Tal vez es lo que, años más tarde, conseguirán ciertos cantantes y cantautores.

Por lo demás, el cansancio de la poesía social no tardó en llegar, y, como sucedíó en otros géneros, ello se irá acentuando en la década de los años 60.

Grupo poético (o promoción) de los años 50

Aunque la poesía social se prolonga en los años 60, ya en la década de los 50 comienzan a aparecer poetas nuevos que representarán pronto su superación (aunque algunos de ellos aún tengan acentos sociales en sus comienzos). Los nombres que se harán más notorios son: Ángel González, Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente, Francisco Brines, Claudio Rodríguez, Carlos Barral, Caballero Bonald, J. A. Goytisolo, Carlos Sahagún, Eladio Cabañero, etc. Han sido recogidos en ciertas antologías bajo el rótulo de grupo poético o promoción de los años 50.
Tal denominación parece poco acertada. Insistimos: si bien comienzan a escribir en los 50, su poesía marcará, sobre todo, la década siguiente, en que tales autores alcanzan su plena

madurez creadora, coincidente con el agotamiento del Realismo social.

Aunque no puede decirse que estos poetas formen «grupo», es indudable que presentan no pocos rasgos comunes, indicio de que la poesía se orienta por nuevos derroteros. Hay en ellos una preocupación fundamental por el hombre que, en parte, enlaza con el «humanismo existencial»; pero huyen de todo tratamiento patético. Dan frecuentes muestras de inconformismo frente al mundo en que viven, pero cierto escepticismo les aleja de la poesía social, si bien se ha señalado en alqunos de ellos un «Realismo crítico»

Fundamentalmente, lo propio de estos poetas no es tanto el Realismo histórico como la creación y consolidación de una poesía de la experiencia personal. Y, en efecto, la expresión poesía de la experiencia sirve, a veces, de rótulo para esta corriente.

De acuerdo con ello, su temática se caracteriza, en buena parte, por un retorno a lo íntimo: el fluir del tiempo, la evocación nostálgica de la infancia, lo familiar, el amor y el erotismo, la amistad, el marco cotidiano, etc., son temas tratados con insistencia. En la atención por lo cotidiano pueden surgir quejas, protestas o ironías, que revelan el citado inconformismo de estos poetas. Pero, otras veces, se desemboca en cierto escepticismo dolorido, en una conciencia de aislamiento, de soledad.

En el estilo es muy visible un voluntario alejamiento de los modos expresivos de las tendencias

precedentes. Se rechaza por igual el patetismo de la «poesía desarraigada» (pese al frecuente sentimiento de desarraigo de estos poetas) y el habitual prosaísmo de tantos poetas sociales. Si muchos siguen fieles a un estilo conversacional, «hablado», antirretórico, ello no debe ocultar una exigente labor de depuración y de concentración de la palabra. En efecto, es evidente que ha aparecido un mayor rigor en el trabajo poético.

Junto a ello, cada poeta se propone la búsqueda de un lenguaje personal, nuevo, más sólido. Sin embargo, no les tientan las experiencias vanguardistas: se quedan en un tono cálido, cordial, contrapesado por un frecuente empleo de la ironía, una ironía triste, reveladora de ese escepticismo y ese desvalimiento. En cualquier caso, con estos poetas renace el interés por los valores estéticos y por las posibilidades del lenguaje.

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