09 Oct

El término «Restauración» no sólo define el retorno de los Borbones a la corona de España en la persona de Alfonso XII en 1875, sino también una amplia etapa que abarca tanto su reinado como la posterior Regencia de su esposa María Cristina (1885-1902) en nombre de su hijo, el futuro Alfonso XIII, más sus años en el trono previos a la dictadura de Primo de Rivera (1923). En esta época se consolida el poder de la burguésía y triunfa el liberalismo doctrinario, cuyas teorías inspiran la Constitución de 1876; es una etapa de estabilidad política tras los vaivenes del Sexenio, de paulatino crecimiento económico y de importante actividad cultural, aunque todo ello no será sinónimo de calma social dada la exclusión del sistema de fuerzas como el movimiento obrero, los republicanos y el regionalismo y la generalización del fraude electoral. La Restauración entra en crisis con los graves acontecimientos de 1898; ya en el Siglo XX, desaparecidos los líderes que la forjaron, los intentos de mantenerla acabarán fracasando con el Golpe de Estado de Septiembre de 1923.
Las bases del sistema político de la Restauración
Desde el Ministerio-Regencia constituido a fines de XII-1874 Cánovas tomará las medidas precisas para la vuelta a España de Alfonso XII, convirtiéndose en el principal protagonista de la política nacional. Defensor de la causa alfonsina durante el Sexenio, desde el regreso de Alfonso XII jugaría siempre un importantísimo papel a través del liderazgo ejercido sobre el Partido Conservador, del que fue fundador, rol que mantuvo hasta el mismo momento de su muerte en atentado anarquista en 1897. De estos conceptos parten los pilares básicos de su pensamiento político: el Rey -monarquía como institución incuestionable-, las Cortes, la Constitución escrita y el turnismo -dos grandes partidos, al modo de los conservadores y liberales ingleses, que se alternarían de modo pacífico al frente del ejecutivo poniendo freno a los hasta entonces frecuentes pronunciamientos-.
La base legal del régimen será la Constitución de 1876, cuyo borrador fue elaborado por una Comisión de Notables presidida por Manuel Alonso Martínez y para cuyo refrendo se convocaron elecciones a Cortes Constituyentes de acuerdo con la ley electoral de 1870, comicios ya hábilmente manipulados para darle una holgada mayoría a los defensores de las ideas canovistas. También hay que reséñar por su vinculación a los principios inspiradores del texto la promulgación de un amplio conjunto de leyes de marcada tendencia centralizadora o la entrada en vigor de un conjunto de Códigos -Comercio, Civil, Ley de Enjuiciamiento Criminal- que insistían en la orientación uniformadora de la Restauración.


El funcionamiento del sistema: el turnismo. Las otras fuerzas políticas
El sistema político de la Restauración se basará, con la intención de dar estabilidad al Régimen, en la alternancia pacífica de dos grandes fuerzas políticas, una conservadora, liderada por el propio Cánovas, y otra aglutinadora de una “izquierda Eliberal que aceptaba la monarquía constitucional. El Partido Liberal Conservador será una nueva versión de los antiguos Moderados y Unionistas, por lo que representa a los sectores sociales aristocráticos, a los terratenientes y a la alta burguésía; su alternativa la va a constituir un conglomerado de demócratas, radicales y constitucionalistas, organizado inicialmente como un grupo de oposición parlamentaria al conservadurismo y que desde 1881 se constituirá en el Partido Liberal Fusionista.
Comerciantes e industriales compondrán unas bases sociales que siguen fielmente a líderes como Montero Ríos, Gamazo, y, sobre todo, a su principal dirigente, el ingeniero riojano Práxedes Mateo Sagasta. En teoría la alternancia en el gobierno de estos dos grandes partidos debía obedecer al resultado de las distintas convocatorias electorales, pero el turnismo fue en realidad algo preconcebido, un pacto entre ambas fuerzas en función de una concordia que pretendía la preservación de la institución monárquica y la defensa de los intereses propios de los sectores sociales que representaban y que correrían serio peligro ante posibles alteraciones revolucionarias. Por eso, aunque estas prácticas dotaron de cierta estabilidad al régimen está claro que la inmoralidad intrínseca a la farsa electoral y al caciquismo llevaba en sí misma el germen de su crisis; así no es de extrañar que con la crisis del 98 fuera señalado como uno de los males de la patria y un ejemplo de la inadecuación del sistema a la realidad socioeconómica y política de los albores del Siglo XX. Excluidas del juego político todas las formaciones antidinásticas quedaron muy debilitadas, tanto por los condicionantes del Régimen como por sus divisiones internas. Entre los carlistas, una rama aglutinada alrededor del programa recogido en la llamada Acta de Loredan -1886- y liderada por Cándido y Ramón Nocedal acabaría participando con escaso éxito en la vida parlamentaria, mientras que otra propugnaba una sumisión del poder político a los intereses de la Iglesia, tal como recogían en el llamado Manifiesto de Burgos; el republicanismo se ofrecía totalmente dividido en corrientes como los posibilistas de Castelar -aceptaron el régimen monárquico a condición satisfecha de que éste incorporara logros democráticos-, los federalistas de Pí y Margall -pronto cercanos al regionalismo catalán- o los unitaristas de Salmerón. Menos relieve tendrán el regionalismo gallego, desarrollado alrededor del Rexurdimento, o el valenciano, destacando también algunos hitos en Andalucía, como el Proyecto de Constitución Federal aprobado en Antequera en 1883; por otra parte, la abolición de los fueros en 1876 alentó un nacionalismo vasco que encontraría su líder en la figura de Sabino Arana, fundador del PNV ya en 1895. El anarquismo, por su parte, conformará en 1881 en la FTRE y se extenderá con fuerzas por zonas como Cataluña, Levante y Andalucía, pero acabará soportando una fuerte represión por su vinculación con hechos como las huelgas violentas y acciones delictivas cometidas en el Sur por la «Mano Negra».


Reinado de Alfonso XII (1875-1885) y Regencia de María Cristina (1885-1902)
Los diez años del reinado del hijo de Isabel II se desarrollaron mayoritariamente con los conservadores en el poder, pues sólo entre 1881 a 1883 fue ocupado éste por los liberales. Todos estos gabinetes actuaron con el beneplácito del joven monarca, que en todo momento aceptó las normas constitucionales hasta su pronto fallecimiento en 1885. En el haber de estos gobiernos destaca la finalización de dos conflictos bélicos heredados de la etapa anterior: la Tercera Guerra Carlista, a la que las campañas victoriosas de los generales Jovellar y Martínez Campos ponen fin en Febrero de 1876, y, al menos provisionalmente, la guerra de Cuba, que se detiene con la firma del Convenio de Zanjón en Febrero de 1878, si bien un año después rebrotaba brevemente en la llamada “guerra chiquita E también resuelta con facilidad. Otro elemento a destacar es la amplísima labor legislativa de esta década, tendente a la aprobación de las numerosas leyes que desarrollaban el texto constitucional de 1876, y, como algo interesante, la creación de la Comisión de Reformas Sociales, presidida por Segismundo Moret, que realizó una notable tarea de estudio, procurando el acercamiento a las clases trabajadoras.
La muerte de Alfonso XII no interrumpe el régimen de la Restauración, que, antes al contrario, alcanzará su culminación durante la Regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena, segunda esposa del soberano –la primera, su prima María de las Mercedes de Orleans, había fallecido apenas cinco meses de celebrarse el matrimonio-; Alfonso y María Cristina fueron padres de dos hijas, las infantas Mª de las Mercedes y Mª Teresa, hallándose la reina embarazada cuando fallecíó su esposo y debiendo esperar al alumbramiento -varón o hembra- para conocer la identidad del sucesor. Asumida la Regencia por la reina, Cánovas y Sagasta establecieron un acuerdo en el que se comprometieron a apoyar a la Regente; se conoce este acuerdo, firmado el 24-XI-1885, como Pacto de El Pardo e incluía un cambio de gobierno, que pasó a estar presidido por Sagasta y todo ello con la pretensión de garantizar la continuidad del sistema, que quedó reafirmado con el nacimiento el 17-V-1886 del futuro Alfonso XIII, en cuyo nombre mantuvo Mª Cristina la Regencia hasta 1902. Desde aquéllas y hasta 1901 se celebraron en España seis consultas electorales; en todas ellas se mantendrá el sistema de alternancia de conservadores y liberales, a pesar de la actitud cada vez más crítica no sólo de las fuerzas excluidas del régimen, sino incluso de amplios sectores de los partidos mayoritarios.


En el bienio 1891-1893
Cánovas dará un nuevo rumbo a la política económica, optando por el proteccionismo, y se producirá la consolidación del catalanismo con las ya citadas Bases de Manresa (1892), cuyo texto, marcadamente nacionalista, admitía incluso la existencia de un legislativo regional propio, establecíéndose distintas competencias para el gobierno central y el catalán. Con Sagasta al frente del gobierno se abría en 1893 una nueva etapa de predominio liberal, si bien cualquier programa de reformas quedó condicionado por su reducida duración y la creciente tensión social, sobre todo en Andalucía y entre el obrerismo catalán, lo que propició en Barcelona acciones como el atentado del anarquista Paulino Pallás que consiguió herir al general Martínez Campos o, en represalia por la condena a muerte del agresor, el cometido por Santiago Salvador en el Teatro del Liceo (7-XI-1893), con un balance de 22 muertos y 35 heridos. Esta actitud del gobierno no parecía la mejor para calmar la conflictividad, acrecentada por importantes huelgas obreras en las cuencas asturianas y en las industrias del Norte y el descontento manifiesto ante las sucesivas movilizaciones de tropas para participar en el conflicto de Cuba. Pero, perdidas ya las colonias, el desgaste de los dos grandes partidos de la Restauración era evidente; la autoridad de sus viejos dirigentes estaba en entredicho y una nueva generación, ya con indudable experiencia política, estaba pronta a reemplazarlos en el liderazgo, con nombres como Antonio Maura o Francisco Silvela entre los antiguos canovistas o Segismundo Moret, Eugenio Montero Ríos o José Canalejas entre los liberales. En la primavera de 1902 la Restauración emprendía una nueva andadura, una vez proclamada la mayoría de edad de Alfonso XIII, quien con dieciséis años accedía al trono poniendo fin a la Regencia materna. A lo largo del reinado que ahora se iniciaba, conservadores y liberales se aferraron con fuerza a los modos de gobierno que habían caracterizado las décadas anteriores; pero, a medida que avanzaba el Siglo XX, los principios en que se había basado el régimen hicieron aguas, caminando progresivamente hacia la desaparición del sistema.

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