10 Jul

1. Dios ha creado el mundo por amor, como un regalo para los seres humanos, ya que nos ama a todas y a cada uno. Saber que Dios existe y que a Dios le importo me hace sentirme feliz y agradecido y con deseos de amarle yo también.  amar a Dios sobre todas las cosas, como correspondencia a su amor.

¿Se puede mandar el amor?  no se puede amar nada a la fuerza. Y efectivamente no se trata de eso 

A Dios se le ama en la medida en que se le conoce. Por eso la manera de cumplir con ese mandamiento no es hacerse violencia para amarle, sino procurar encontrarle y tratarle. No se logra de un golpe amar a Dios como merece ser amado. Es un proceso. A medida que se le descubre, atrae hacia sí las fuerzas del corazón y de la mente, y deseamos amarle cada vez más. Solo cuando nos acercamos empezamos a descubrir lo que realmente significa ser Dios y la inmensa veneración y amor que merece. El primer mandamiento orienta nuestra relación con Dios para que en todo momento sepamos tratarle con el amor y la veneración que merece. el acto propio de la criatura ante su Creador es la adoración, el reconocimiento humilde y confiado de su grandeza y santidad;la alegría de conocer y tratar a Dios se manifiesta también en la oración de alabanza, que canta a Dios y le da gloria por ser Él quien es;la vida cristiana es una respuesta confiada y llena de agradecimiento a Dios, que nos ama incondicionalmente y sin medida.

El primer mandamiento llama al ser humano para que crea en Dios, espere en Él y lo ame sobre todas las cosas; abarca, por tanto, las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. 

Los que ponen en el lugar de Dios, es decir, como sentido último de la vida, a quien no es Dios: una criatura, el dinero, el éxito, el poder o el placer; en último término, el propio yo: todas son distintas formas de idolatría;
los que olvidan a Dios, no le prestan atención, o viven como si no existiera (ateísmo práctico); a veces se puede llegar al pensamiento de que no podemos saber nada sobre Él (agnosticismo
) o a la negación de la existencia de Dios (ateísmo);

2. La segunda «palabra» del decálogo protege nuestra relación con Dios enseñándonos el respeto que nos conviene tenerle: si lo perdemos, toda nuestra vida corre el riesgo de empobrecerse. El respeto no es primariamente una cuestión de formas externas. Es una profunda actitud interior que surge cuando captamos el valor de una cosa o de una persona, que nos lleva a no maltratarla o deteriorarla  

  • La manera de respetar el nombre de Dios es invocarlo con amor y confianza: del mismo modo que tratamos con respeto y cariño a quienes nos quieren, el amor a Dios nos lleva a tratarle con delicadeza y veneración;
  • el segundo mandamiento nos ayuda a no perder el sentido de lo sagrado, a no empequeñecer la grandeza de Dios. La intimidad de nuestro trato con Dios no nos hace olvidar a quién nos dirigimos. Por eso, junto a la confianza y familiaridad, respetamos la santidad de Dios dirigíéndonos a Él con reverencia;
  • el segundo mandamiento es también una defensa de todo lo santo, es decir, nos enseña a venerar a todas las personas y cosas relacionadas con Él: el culto, los objetos, las personas y los lugares; los que usan de una manera injuriosa el nombre de Dios, de Jesucristo, de la Virgen María y de los santos (blasfemia)
     los que recurren al nombre de Dios de una manera frívolá o superficial, o por motivos insignificantes, sin considerar su santidad. 
  •  3. Desde los orígenes de la humanidad, la experiencia y el recuerdo de las acciones salvadoras del Señor es el mayor motivo de alegría y de acción de gracias, sobre todo en la historia judeocristiana. Por eso, la fiesta por excelencia es un tiempo sagrado, dedicado a Dios. La tercera «palabra» del decálogo nos ayuda a no olvidar estas acciones de Dios y a reavivar su presencia en nuestra vida. 
  • Para el pueblo de Israel, el principal día de fiesta es el sábado.
     La Ley mosaica establece la celebración del sábado como «día del Señor»: en este día se conmemora la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto y la alianza de Dios con su pueblo, y se evoca el descanso de Dios el séptimo día de la creación.

Para los cristianos, el principal día de fiesta se traslada al domingo, porque es el día de la resurrección de Cristo. Los cristianos santificamos el domingo participando en la eucaristía del Señor, en la que se hace presente su muerte y su resurrección. Los que no participan en la eucaristía, sin una causa justa, los domingos y las fiestas de precepto Incumplir este precepto manifiesta sobre todo el olvido de la grandeza de lo que Dios ha hecho por nosotros. ¿Puede haber mayor motivo de fiesta que el don de la intimidad con Dios y de la vida eterna, que Jesucristo nos ha alcanzado entregando su propia vida?

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