05 Jun

Cuando en 1818 Mary Shelley escribíó ‘Frankenstein’, una genial alegoría sobre el
miedo a lo desconocido y sobre los límites del poder humano, la primera revolución
industrial estaba cambiándolo todo. Una transformación que fue percibida por
algunos de sus contemporáneos como un enemigo que iba a destruir el trabajo y que
incluso desafiaba el poder creador de Dios. Sin ir más lejos, podemos consultar en los
manuales de historia lo que supusieron en su momento fenómenos como el ludismo:
un movimiento encabezado por artesanos ingleses que en el Siglo XIX protestaron
contra las nuevas máquinas que destruían sus empleos. Los telares industriales o la
máquina de hilar industrial amenazaban con reemplazarles por trabajadores menos
cualificados y que cobraban salarios más bajos.
Tras las sucesivas revoluciones industriales históricas del carbón, del petróleo y de la
informática, el Foro Económico de Davos nos advierte ahora de la llegada de la cuarta
revolución industrial, la de la robótica, y pronostica pérdidas millonarias de empleos
durante los próximos años.
La principal novedad de esta nueva revolución tecnológica es su efecto en sectores de
actividad tan resguardados hasta ahora de las máquinas como los servicios o la
atención a las personas, haciendo de muchos trabajos algo superfluo e innecesario. La
otra cara de la moneda es que se vislumbra la creación de nuevas oportunidades
laborales en ámbitos como la ingeniería y la propia robótica, pues se necesitará mano
de obra para diseñar, fabricar e integrar a los robots en muchos sectores de actividad
nuevos.
Ante la nueva revolución de los robots se pueden argumentar dudas económicas,
éticas y sociales que guardan similitudes con las que ya se plantearon en el Siglo XIX:
¿abocará irremediablemente a parte de la población a la pobreza? ¿Se sobrepasarán
los límites morales y éticos en medicina o biotecnología? ¿Ayudará la robótica a
mejorar nuestra calidad de vida o nos convertiremos en meros esclavos de la
tecnología?
Teniendo en cuenta el evidente escenario de cambio en el que ya nos encontramos
actualmente, cabe cuestionarse por ejemplo qué supone para los puestos de trabajo
de menor cualificación: la formación y el desarrollo profesional cobran aún mayor
trascendencia y se hacen necesarios importantes cambios sociales, educativos y en la
distribución de las cargas de trabajo para que no queden excluidas amplias capas de la
población.
En relación a conceptos tecnológicos como la inteligencia artificial o la robótica se nos
han planteado en muchas ocasiones posibles futuros utópicos o distópicos. Según mi
opinión, y hablando en nombre del Consejo Asesor de la Fundació Factor Humà
formado también por Victòria Camps, Manel del Castillo, Josep Santacreu y Salvador
Alemany, debemos ser optimistas y acoger sin miedo el proceso imparable de la
robotización, apreciando más sus oportunidades que sus riesgos. Como dijo Eduardo
Galeano, la utopía siempre queda en el horizonte pero intentar llegar a ella nos sirve
para caminar.

Pensamos que tendrá efectos positivos a partir de la generación de nuevas
oportunidades y de la obtención de mejoras para los trabajadores ya que, por
ejemplo, las máquinas nos liberarán de las tareas más pesadas para poder dedicarnos
a aquello que realmente se nos da bien o que nos motiva.
Creemos en el poder actual y futuro de las habilidades humanas, pero debemos ser
capaces de propiciar entornos de trabajo menos rígidos y autoritarios donde fluyan la
autonomía, la capacidad de análisis, la creatividad, la inteligencia emocional o el
compromiso. Precisamente ese compromiso y la confianza necesaria para lograrlo han
sido dos aspectos muy castigados durante los años de recesión económica que nos han
tocado vivir.
Es responsabilidad de todos, tanto de los empleados como de la dirección de las
organizaciones, lograr restaurar unas condiciones propensas a la implicación y a la
alineación de los trabajadores con los valores de las organizaciones de las que forman
parte, de manera que su rendimiento vuelva a ir más allá de la noción estrictamente
contractual de relación laboral: esa será una de las mejores maneras de darle valor
añadido a la persona con respecto a la máquina. La importancia del factor humano y
saber hacerlo tangible en forma de resultados empresariales es lo que propugna
nuestra fundación.
En definitiva, la robótica ya no es parte de una novela de ciencia ficción, es un cambio
que ha llegado para quedarse y de nosotros como seres humanos depende que su
adopción sea social y humanamente viable, porque la eficiencia no puede ser el único
valor asociado a esta revolución.

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