30 Ago

Teatro anterior a 1939


En las primeras décadas del Siglo XX, el teatro español era valorado por la crítica muy negativamente. La escena española pasaba por un período de decaimiento y atraso respecto al resto de Europa, y venía determinado por unos fuertes condicionamientos comerciales e ideológicos. En el período anterior a la guerra civil habrá dos tendencias muy marcadas: el teatro de mayorías, destinado a un público burgués, escasamente crítico y que aporta pocas novedades técnicas y que, sin embargo, será el que triunfará en las salas; y el teatro de minorías, que pretende ofrecer un nuevo tipo de obras, bien por su carga crítica, bien por sus innovaciones técnicas, o bien por ambas. Esta tendencia, sin embargo, fue en su mayoría un fracaso comercial. Dentro del teatro de mayorías destacan tres tendencias: la alta comedia benaventina, el teatro poético y el teatro humorístico. Las primeras obras de Jacinto Benavente se aproximan a la estética modernista, de la que acabará diferenciándose. Evoluciónó de lo incisivo al conservadurismo, adaptándose a los gustos del público. En sus obras, se percibe una crítica superficial de las hipocresías y convencionalismos burgueses, pero sin traspasar lo admisible. Poseen una buena construcción dramática y un lenguaje cuidado y espontáneo. Cultivó, especialmente, dos géneros: el drama rural (La malquerida) y la alta comedia (Rosas de otoño), pero su obra más destacada de su vasta producción es, sin duda, Los intereses creados, que se inspira en la commedia dell’arte italiana. El teatro poético, por su parte, intentó aproximarse a la poesía lírica para constituir un drama lírico. Eran dramas escritos en verso de escaso interés, pensados para un público deseoso de escenas lacrimógenas y asuntos patrióticos, que esperaban la declaración grandilocuente de unos actores famosos. A este teatro pertenecían géneros como el drama rural y la tragedia histórica. Destacan Eduardo Marquina (“Las Hijas del Cid”) o Francisco Villaespesa (“Aben Humeya”). El teatro humorístico aborda temas superficiales con una trama fácil que se resuelve favorablemente y personajes populares que resultan divertidos por su jerga. El sainete madrileño de Carlos Arniches es la última derivación escénica de los entremeses, que evolucionará a la tragedia grotesca, mezcla de lo trágico y lo cómico. En esta corriente de humorismo fácil se sitúa el andalucismo arquetípico de los hermanos Álvarez Quintero (El ojito derecho, El patio) y Pedro Muñoz Seca, que destacó con obras como La venganza de don Mendo y popularizó el género del astracán. El otro teatro, el innovador, tiene su arranque con “Electra”, un ensayo de drama naturalista de Benito Pérez Galdós, que causó un enorme revuelo y desagrado entre la burguésía bienpensante. Los autores de la Generación del 98 acogieron este teatro de conflicto social con entusiasmo y se propusieron regenerar el género. Así, tanto Azorín como Unamuno escribieron obras donde condensaba sus temas recurrentes sobre España y el ser humano, pero cuya falta de talento escénico las condenó al fracaso


. La figura central de la generación fue Ramón María del Valle-Inclán. Empezó escribiendo dramas de corte modernista (“Cenizas”), pero pronto cultivó un teatro ambientado en su Galicia natal (“Las comedias bárbaras”) y farsas cómicas y a la vez muy críticas (“Farsa italiana de la enamorada del Rey”). Sin embargo su gran aportación a la literatura, es el esperpento.  Con la primera versión de Luces de bohemia, Valle da nombre a un género literario propio, basado en la deformación sistemática de personajes y valores, con la que ofrece una denuncia de la sociedad española contemporánea. Algunos autores escribieron también para el teatro ocasionalmente, pero sus propósitos de cambio los condenan a ser marginados de los escenarios. En la Generación del 98, destacan obras de Unamuno (La venda, Raquel encadenada) o Azorín (Old Spain). De interés resulta también destacar la figura de Max Aub, autor de una valiosa producción teatral que incluye obras vanguardistas y antirrealistas (Narciso). En cuanto al teatro de la Generación del 27, se produce un acercamiento del teatro al pueblo y se crearon compañías teatrales como “La Barraca” que pretendieron dar una educación teatral al público. Uno de los  principales dramaturgos de la generación fue Federico García Lorca. A su regreso de Nueva York manifestó su intención de emprender una profunda renovación teatral en España. El teatro lorquiano puede llamarse poético, no tanto por el abundante uso del verso, como por la raíz poética de la que nacen sus argumentos y su lenguaje. El tema dominante en casi todo su teatro es siempre el mismo: el enfrentamiento entre el individuo y la autoridad, es decir, el orden, el sometimiento a la tradición, a las convenciones sociales y colectivas (de ahí que la mayoría de sus protagonistas fuesen mujeres). Las obras más importantes de Lorca forman la llamada trilogía rural: Bodas de sangre, Yerma y La casa de Bernarda Alba. Las tres presentan rasgos comunes: la índole sexual de los problemas tratados, la mujer como protagonista, la ambientación en el campo andaluz y el desenlace trágico. Destacan también: Pedro Salinasque escribíó un teatro intermedio entre la protesta y lo puramente evasivo, en el que el tema dominante es el amor  desde una perspectiva satírica Rafael Alberti, con su teatro político (Noche de guerra en el Museo del Prado) y teatro poético El Adefesio, en la que  abundan los elementos poéticos y mitológicos. Jacinto Grau, desarrolló un teatro de corte intelectual, en el que a través de los personajes, presenta conflictos que recuerdan a la tragedia Griega o los dramas de Shakespeare. Esto se ve reflejado en su obra El señor de Pigmalión.


La Guerra Civil (1936-1939) supuso la absoluta paralización de toda actividad literaria. Durante los años del conflicto apenas se escribieron novelas y, además, muchos escritores marcharon al exilio, constituyendo la llamada «España peregrina“, cuyos novelistas más significativos fueron Ramón J. Sender (Réquiem por un campesino español), Rosa Chacel (Memorias de Leticia Valle), Max Aub (El laberinto mágico) o Francisco Ayala (Muertes de perro). La producción literaria de estos narradores no pudo apreciarse en nuestro país hasta pasados muchos años. Por otra parte, la intervención de la censura condiciona la labor creadora de los novelistas de la inmediata posguerra y de la década de los cincuenta. Durante los primeros años de la posguerra se publican novelas “triunfalistas” que relatan la guerra desde el punto de vista de los vencedores (como Gonzalo Torrente Ballester Javier  Mariño 1943. Madrid, de Corte a checa] de Agustín de Foxá) o novelas de evasión, destacando en la novela existencial, intentando ser un reflejo de lo amargo de la vida cotidiana, siguiendo sus temas principales como la soledad, la frustración de las emociones y el desarraigo de los personajes, centrando su atención en el protagonista. Destacan, en 1492 la familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela, en 1944 nada de Carmen Laforet y la sombra del ciprés es alargada de Miguel Delibes en 1947. La primera de estas  introduce la corriente tremendista al género narrativo. En los  los 50 se produce un Renacimiento del género narrativo. Ahora el autor se centra en la realidad externa, tomando forma del Realismo social. Los autores más destacados son Cela, Torrente o Miguel Delibes, siendo la parte más destacada la aparición de una generación de narradores jóvenes “generación del medio siglo”. El primer impulso para el nuevo cambio lo proporciona Camilo José Cela con la colmena en 1951. También influye Miguel Delibes con el camino en 1950. Estos autores parten de un concepto de literatura muy delimitado: la literatura debe reflejar y denunciar la situación social, siendo su objetivo que la gente tome conciencia de las injusticias y contribuya a su erradicación. Se tratan temas como el vacío y el egoísmo de la burguésía como en la tormenta de verano de Juan García hortelano, la explotación del proletariado como en los bravos de Jesús Fernández santos y por último el éxodo rural como en la resaca de Juan Goytisolo. Hay otra tendencia que es la objetivista donde consideran que la realidad implica vivencias personales con temas como la soledad, la frustración o la decepción, obras más representativas el Jarama de Sánchez Ferlossio y entre visillos de Carmen Martín Gaite. En los 60 se produce un cambio de rumbo en la novela debido a que la sociedad española sufre una transformación importante, evolucionando el Realismo social hacia una novela estructural donde se renuevan las técnicas narrativas siendo la más destacada en narrador cambiante o la el cambio de perspectiva narrativa. La novela más destacada es Tiempo de silencio de Luis Martín santos o cinco horas con Mario de Miguel Delibes y señas de identidad de Goytisolo. Por último en la década de los 70 se sigue la tendencia renovadora y la experimentación Formal, desaparece la censura en 1975 y se recuperan las obras de los exiliados. El autor más a destacar es Eduardo Mendoza con La verdad sobre Savolta.

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