11 May

5. TEORÍAS NATURALISTAS SOBRE EL ORIGEN DE LA SOCIEDAD. La filosofía parte de que el hombre es un ser que vive en sociedad como un hecho básico e incontestable, pero no todos los autores están de acuerdo con que la sociabilidad sea algo natural y espontáneo en el ser humano ni en los motivos que nos han llevado a asociarnos y convivir en sociedad. Para las teorías naturalistas el ser humano es social por naturaleza y necesita de la sociedad para desarrollarse plenamente. El principal exponente clásico de estas teorías es Aristóteles. Para Aristóteles todo en la naturaleza tiende a su pleno desarrollo, que es su perfección. En el caso del ser humano este desarrollo solo es posible en sociedad, puesto que el individuo aislado es incapaz por sí mismo de alcanzar el bien ni de ser feliz. Como prueba de la naturaleza social del ser humano este cuenta con el don de la palabra, pues la sociabilidad solo puede ejercitarse a través de la comunicación. Puesto que el lenguaje es un atributo natural en el ser humano este tiende espontáneamente a agruparse y vivir en comunidad. Pero aunque la sociedad sea algo natural, la lucha y el conflicto podrían hacer imposible la convivencia, por lo que es necesaria la voluntad de los hombres y un arte especial para regularla: la política. Partiendo de la concepción aristotélica sobre la sociedad, las teorías naturalistas consideran que la convivencia surge entre los hombres de forma natural e innata. Todos los seres humanos poseemos una idéntica racionalidad y una misma capacidad lingüística, y los principios que regulan nuestra convivencia (las leyes) derivan de esta racionalidad común. Por este motivo las teorías naturalistas defienden la universalidad de las leyes: las normas que derivan de nuestra inteligencia común deben ser las mismas para todos. Así mismo, los valores morales, nuestra concepción de lo que es bueno y justo, también serían universales, válidas para todos los seres humanos en cualquier lugar, e inamovibles, invariables y adecuadas para todo momento. La principal corriente que defiende el origen natural de la sociedad y de las leyes es el iusnaturalismo, y su principal representante es Hugo Grocio. Al justificar que los principios que regulan la convivencia deben ser universales, el iusnaturalismo se utilizó para justificar posiciones intolerantes como el colonialismo, al considerar que solo existía un tipo de sociedad adecuado para todos los seres humanos. Por otra parte, el iusnaturalismo está también en la base de la defensa de los derechos humanos: la existencia de unos principios básicos e irrenunciables que se concretan en una serie de derechos y libertades exigibles para todas las personas en todo momento y lugar. 9 6. TEORÍAS CONTRACTUALISTAS. Frente a los autores que consideran que la sociedad es un hecho natural inherente al ser humano y basado en principios universales se sitúan las teorías filosóficas contractualistas sobre el origen de la sociedad. Para los autores contractualistas lo único natural y espontáneo en el ser humano es la defensa de sus propios intereses individuales, mientras que la sociedad es fruto de un esfuerzo basado en la necesidad o en la conveniencia. Para el contractualismo la sociedad y las leyes no son algo natural sino que surgen en virtud de un acuerdo o pacto entre los individuos (un contrato), que renuncian a parte de sus intereses particulares para hacer posible la convivencia. Al estar basadas en un pacto tácito, las normas que regulan la convivencia son relativas a cada grupo social y no son universales, no son válidas para todo momento y lugar. El pacto es fruto de un acuerdo, una convencíón, por lo que los valores y las leyes serían circunstanciales o relativos y, como tal, podrían ser modificados o anulados. Los primeros autores que defendieron el contractualismo fueron los sofistas. Para los sofistas el nomos (la ley humana) se opone a la physis (la ley natural): mientras que las leyes de la naturaleza son universales y necesarias, las leyes de los hombres son relativas, fruto de un acuerdo o convencíón. El contractualismo es una corriente con un largo recorrido: los principales representantes del contractualismo clásico fueron Thomas Hobbes, John Locke y J.J. Rousseau, y en la actualidad el máximo exponente del neocontractualismo es John Rawls. Thomas Hobbes. T. Hobbes, filósofo inglés del Siglo XVII, es considerado el mayor defensor teórico del absolutismo. Su principal obra, el Leviatán, tuvo una enorme influencia en la filosofía política moderna. Hobbes parte del concepto de estado de naturaleza, una situación teórica en la que vivirían los seres humanos antes de la aparición de la sociedad. En el estado de naturaleza no hay normas, ni leyes, ni autoridad o poder político, ni ninguna otra forma de coordinación de la vida social. El estado de naturaleza es un supuesto ideal para definir cómo sería la vida del ser humano sin sociedad y analizar los motivos que llevaron a la aparición de esta, pues en la realidad el ser humano siempre ha vivido en comunidad. Para Hobbes, el estado de naturaleza es la guerra de todos contra todos. El hombre es un ser egoísta que tan solo mira por sí mismo y su tendencia natural no es la convivencia sino la lucha por satisfacer sus propios intereses. La vida del ser humano sin sociedad es un estado de conflicto permanente en el que el hombre es un lobo para el hombre (homo homini lupus). 10 En una situación así, sin normas ni gobierno, se impone la ley del más fuerte: los que tienen más poder como individuos imponen su voluntad a los demás, que deben someterse de forma arbitraria a sus deseos hasta que otro es capaz de prevalecer, en una guerra total en la que impera el reino del miedo. Todos los individuos, en base a su inteligencia, desearán acabar con esta situación. En un acto de egoísmo colectivo, el ser humano decide sustraerse de determinados derechos y entregar todo el poder, de forma voluntaria y definitiva, a una instancia superior, el Estado, representado por un solo individuo que imponga para siempre su voluntad a todos los demás y nadie se le oponga. Así surge según Hobbes la sociedad, fruto del miedo y con el objetivo de garantizar la paz y la estabilidad, aunque esto suponga la renuncia a los derechos y libertades individuales de los que se disfrutaba de forma natural. Para Hobbes, una sociedad estable supone que todos entreguen el poder a uno solo y que este sea absoluto e irrevocable: nadie puede rebelarse ni oponerse, nadie puede luchar por sus propios intereses pues el interés el Estado se impone a todos los demás. La paz social tiene como precio la libertad de los individuos. La base de este acuerdo de renuncia estaría, según Hobbes, en la racionalidad humana capaz de evaluar fines y medios, ventajas e inconvenientes, y de calcular que las posibilidades de sobrevivir se amplían en una situación de estabilidad social sin conflictos. La razón determina por tanto que la sociedad así construida es mejor que la guerra total del estado de naturaleza. El Estado es el Leviatán, un monstruo no querido ni reverenciado pero temido por todos. El motivo por el que nadie se rebela y vuelve la lucha es el temor que infunde el poder absoluto del Estado. Para Hobbes una sociedad sin un poder claro y hegemónico no es duradera pues incitaría a los ciudadanos a luchar por sus propios intereses y volvería de nuevo el estado de guerra y el caos. Por esto, para Hobbes, el poder del gobernante debe ser total y en ningún caso podría legitimarse una rebelión de los ciudadanos: ni aún en el caso de que quien ostenta el poder ejerza abusos contra la población, estos deben siempre someterse en pro de la estabilidad social. La sociedad propuesta por Hobbes anula por completo la libertad del individuo. Hobbes sostiene una visión de la naturaleza humana muy pesimista: el ser humano es egoísta por naturaleza, y solo renunciando a la libertad es posible la convivencia. De las teorías de Hobbes se deriva la defensa de sistemas políticos absolutistas y totalitarios, como la monarquía absoluta o las dictaduras

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