07 Nov

EL VITALISMO DE Nietzsche–


El vitalismo engloba teorías filosóficas muy distintas, su único elemento común es reivindicar la vida como una realidad que no puede ser entendida en términos mecanicistas o racionalistas. Estas doctrinas se sitúan en   la segunda mitad del Siglo XIX y primeras décadas del XX. Se puede entender la filosofía de Nietzsche como el intento de hacer de la vida lo Absoluto. La vida tiene valor en sí misma. Nietzsche midió el valor de la filosofía, la ciencia o el arte a partir de su oposición o afirmación de la vida.—-El mundo, el ser humano, la vida, son voluntad de poder. En primer lugar, no es la voluntad psicológica, ni tampoco coincide con la voluntad de Schopenhauer. No es voluntad de vivir. Al contrario, la vida es voluntad de poder, y esta última es la voluntad de ser más, vivir más, superarse, demostrar una fuerza siempre creciente. No es correcta una definición estrictamente “biologista” de esta voluntad, menos todavía una interpretación política o racista—El problema de la verdad adquiere ahora un sentido distinto. No es importante saber si un juicio es falso, sino si sirve para fomentar y mantener la vida. Colocarse más allá del bien y del mal es el camino hacia la voluntad de poder, o la expresión de la voluntad de poder. La voluntad de poder es voluntad de apariencia, incluso de ilusión. Esta voluntad es más profunda, que la voluntad de verdad que imperaba bajo el reinado del mundo supersensible. Es más profunda porque conoce la realidad auténtica del ser que es el devenir y sabe que la razón humana no podrá jamás abarcarla con sus conceptos.—En el mundo existen “fuerzas activas” y “fuerzas reactivas”, activas y pasivas. Hay dos tipos principales de hombres: los dominados y los dominadores, a lo que les corresponde la moral de esclavos y la moral de señores, respectivamente.—–En la moral aristocrática, la de los señores, el hombre ejercita plenamente su voluntad, toma sus propias decisiones, se llama a sí mismo “bueno”, porque se siente bien consigo mismo: es un “espíritu libre”. Dice siempre sí a la vida, la afirma tal como es. Voluntad de poder no significa dominación o sometimiento del prójimo.


No es prioridad del hombre poderoso el detenerse a someter esclavos, sino la afirmación de la vida.—En la moral del resentimiento, la de los esclavos, existe una atrofia de la voluntad de poder, es una vida descendente. Aquí se encuentra al hombre pasivo, que no actúa por sí mismo, su acción es reacción. Ellos reaccionan contra los señores, si los señores se llaman a sí mismos los “buenos”, los esclavos no se llaman a sí mismos buenos, sino que llaman a los señores los “malos”, su moral se basa en el resentimiento. El resentimiento contra la vida, intenta escapar de la dimensión trágica de la existencia.—La moral cristiana encarna esta forma de moral. Destruyó los valores del mundo antiguo. Fomenta valores de la “moral de esclavos” (humildad, pobreza, mediocridad, igualdad), y valores mezquinos (obediencia, sacrificio, compasión) sentimientos propios del rebaño. Con el cristianismo se presenta una de las ideas más enfermizas de nuestra cultura, la idea de culpabilidad, de pecado. Al que hay que contraponer la “inocencia del devenir”, no estamos sometidos a ningún orden superior, estamos “más allá del bien y del mal”.—–Todas las religiones son falsas, pero el politeísmo expresa mejor la riqueza de la realidad que el monoteísmo, pues no se ha separado radicalmente de la vida. El monoteísmo representa la máxima hostilidad a la voluntad de poder. La superación del cristianismo, tras la “muerte de Dios”, iniciada en la Ilustración, es fundamental para la transmutación de los valores. La muerte de Dios expresa el fin de toda creencia en entidades absolutas. Todo aquello que sirve a los hombres para dar un sentido falso a la vida, es semejante a Dios: el Progreso, La Revolución, la Ciencia. El cristianismo lleva hasta el fine l desprecio por la vida iniciado por la filosofía platónica y sus superación es necesaria para la aparición del superhombre.—-Todos los valores de la cultura occidental son falsos valores, son la negación misma de la vida. La cultura europea ha llegado a la decadencia total, el Nihilismo. El Nihilismo significa que los valores supremos han perdido validez. Este es el Nihilismo pasivo.


El Nihilismo activo es una fuerza violenta de  destrucción. Los valores no se derrumban solos, sino que serán destruidos directamente por la voluntad de poder. Esta es la condición para que, a continuación, la voluntad de poder cree valores nuevos. “Dios ha muerto” significa que los hombres viven desorientados. Que se supera con la “transmutación de todos los valores”. Lo que significa invertir la moral tradicional y crear una nueva tabla de valores en la que estén situados los que afirman la vida.—–Es la aparición del último hombre. Éste último, es ese “pulgón inextinguible” que es el más duradero y el más despreciable, aquel que se contenta con un  mero pragmatismo, el que ha sustituido a Dios por su comodidad, el que ya no es capaz de despreciarse a sí mismo y cree que ha inventado la dicha; un hombre cuya vida, sin Dios, carece de sentido, y que representa la ruina de la civilización y es la culminación de la decadencia. Todos los animales han producido algo superior a ellos, el hombre se resiste a evolucionar, no quiere abandonar los valores del pasado y dar un nuevo sentido a la humanidad.—“Habéis evolucionado del gusano al hombre, pero todavía hay mucho de gusano en vosotros”—-El superhombre se caracteriza por ser fiel a los valores de la vida, al “sentido de la tierra”. Es una figura ambigua, que puede dar lugar a peligrosas interpretaciones, como la nazi.—-El eterno retorno es la fórmula suprema de fidelidad a la tierra. El eterno retorno simboliza, en su eterno girar, que este mundo es el único mundo (una historia lineal conduce hacia “otro” mundo)); además afirma que todo es bueno y justificable, puesto que todo debe repetirse del mismo modo. Toda huida a otro mundo es una pérdida de realidad. Por tanto hay que permanecer fieles a la tierra. La imagen de un mundo que gira sobre sí mismo, pero que no avanza como una peonza, es la imagen de un alegre juego cósmico, de una canción de aceptación de sí mismo, de bendición de la existencia. Este concepto aparece en la mitología y en los presocráticos, y se opone a la concepción lineal del tiempo, propia del cristianismo

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