13 Ene

LA REVOLUCIÓN FRANCESA

FRANCIA EN VÍSPERAS DE LA REVOLUCIÓN

Estudiando las circunstancias económicas, sociales y políticas de Francia en los años anteriores a la revolución de 1789 se pueden comprender las causas de aquel movimiento revolucionario.

La base de la economía era la producción agrícola.
En años normales se producía lo suficiente para alimentar a todo el país, pero cualquier empeoramiento del clima provocaba el hambre entre la población campesina. Así, por ejemplo, los fríos y las nevadas del invierno de 1788 estropearon la cosecha de cereales, cuyo precio aumentó en los meses anteriores a la revolución. En la producción industrial destacaban los sectores textil y metalúrgico. Buena parte de la manufactura de tejidos se apoyaba en el trabajo a domicilio: los empresarios enviaban su lana o su algodón a las zonas rurales para que fuera allí hilado y tejido por los campesinos en sus horas libres. Sin embargo, poco a poco se iba imponiendo el sistema de trabajo en fábricas, cuyos dueños empleaban a obreros asalariados.

De todas maneras, en las ciudades eran numerosos los artesanos que seguían organizados en gremios. El desarrollo industrial y comercial (especialmente del comercio con las colonias) había ido enriqueciendo a la burguesía, clase social en ascenso que será la protagonista de la revolución.

Francia, con sus veinticinco millones de habitantes, era entonces el país más poblado de Europa occidental. La sociedad francesa se hallaba dividida en los tres estamentos tradicionales: el clero, la nobleza y el Tercer Estado.

—El clero, compuesto por unos 125.000 miembros, era propietario de la décima parte del suelo francés. Percibía también el diezmo (es decir, el 10%) de todas las cosechas. Pero el control de estas riquezas estaba, en realidad, en manos de los obispos y los abades, que formaban el alto clero y que en su mayoría eran nobles que habían ingresado en la Iglesia. Por el contrario, el bajo clero (sacerdotes, frailes, monjas) procedía de familias campesinas, vivía pobremente y, en algunas regiones, apoyaba a las clases trabajadoras.

—La nobleza era propietaria de casi la cuarta parte de las tierras y agrupaba a unos 375.000 nobles, aunque no todos ellos eran ricos, pues es de destacar el amplio número de aristócratas arruinados. Este estamento gozaba —como el clero— del privilegio de no pagar apenas ningún impuesto, y además tenía reservados los cargos más importantes en la política, en el ejército y en la Iglesia. Los nobles propietarios de feudos seguían exigiendo a sus campesinos los derechos feudales.

—Los burgueses, los artesanos y los campesinos formaban el Tercer Estado.
La burguesía industrial y comercial era entonces la clase social revolucionaria que pretendía ocupar el poder político tras acabar con los privilegios de la nobleza y el clero. Los artesanos —tanto los obreros asalariados como los oficiales y aprendices de los gremios— vivían en las ciudades, donde estaban las fábricas y los talleres. En los meses anteriores a la revolución, los precios (sobre todo el del pan) se elevaron, mientras que los salarios permanecían estancados, produciéndose así un profundo descontento popular. Más de veinte millones de franceses eran en aquella época trabajadores del campo.
Una tercera parte de la tierra estaba en manos de campesinos pequeños propietarios, pero el resto eran jornaleros que recibían un sueldo por su trabajo, o siervos que labraban los feudos de sus señores. Sobre el campesinado seguía recayendo el peso de los impuestos señoriales y eclesiásticos, así como de las contribuciones establecidas por el rey.

La Revolución francesa consistirá en el enfrentamiento del Tercer Estado contra los otros dos estamentos. La burguesía, que quiere tomar el poder, dirigirá la revolución contando con el apoyo de los artesanos y los campesinos, que deseaban mejorar su situación.

Antes de 1789 había en Francia un régimen de monarquía absoluta, al frente del cual estaba el rey Luis XVI, cuya incompetencia está documentada. El Estado absolutista francés atravesaba desde hacía años una crisis financiera:
Los gastos eran superiores a sus ingresos. Era prácticamente imposible hacer pagar más a los campesinos, pero los intentos de cobrar impuestos al clero y a la nobleza también habían fracasado. Para resolver entonces los graves problemas que padecía el país, el rey convocó para mayo de 1789 una reunión de los Estados Generales (especie de parlamento compuesto por representantes elegidos de los tres estamentos). Hacía ciento setenta y cinco años que tales Estados Generales no habían sido reunidos.

LAS FASES DE LA REVOLUCIÓN

Desde la primera reunión de los Estados Generales en Versalles, el 5 de mayo de 1789, se planteó la cuestión del voto: los 578 diputados del Tercer Estado (todos ellos de la burguesía) querían que se votase por cabeza; por el contrario, el clero (291 diputados) y la nobleza (270) defendían el voto por estamento. Al no llegarse a un acuerdo, en junio los diputados burgueses decidieron componer una Asamblea
Nacional representativa de todo el pueblo francés. El rey —que se opuso a esta decisión— ordenó cerrar la sala de reunión de los estamentos. Entonces, los representantes del Tercer

Estado se trasladaron al salón próximo del Juego de Pelota, donde juraron no separarse hasta elaborar una Constitución para toda Francia. Días más tarde se proclamaban Asamblea Nacional Constituyente.

Ante el temor de que el numeroso ejército concentrado por el rey en Versalles disolviera la

Asamblea Nacional, el 14 de julio el pueblo de París saqueó el Hospital de los Inválidos y, tras apoderarse de las armas allí almacenadas, asaltó la Bastilla, fortaleza utilizada como cárcel de presos políticos por la monarquía absoluta. Al enterarse de los acontecimientos de París, también los campesinos de muchas zonas de Francia se sublevaron: ocuparon las tierras de la nobleza, atacaron los castillos señoriales y quemaron públicamente los viejos documentos en los que estaban escritos los derechos feudales.

Estos levantamientos populares aceleraron la labor de la Asamblea Constituyente. En la noche del 4 de agosto serían suprimidos los privilegios y los derechos feudales del clero y la nobleza. Semanas después fue aprobada la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano en la cual se reconocían la soberanía popular, la separación de poderes y la igualdad de todos ante la ley, así como ciertos derechos y libertades individuales. Para solucionar la difícil situación económica se decretó la venta en pública subasta de las propiedades del clero, que fueron a parar a manos de ricos burgueses, pues eran éstos quienes podían ofrecer más dinero por ellas. Por fin, tras dos años de trabajo, la Asamblea promulgó en 1791 la Constitución que se había comprometido a elaborar. En ella quedaba limitada la autoridad del rey, quien ya no podría actuar como monarca absoluto sino que tendría que obedecer la Constitución y ejecutar las leyes aprobadas por una Asamblea Legislativa, compuesta por diputados elegidos por la nación.

Los diputados elegidos para formar parte de la Asamblea Legislativa se sentaban en las reuniones según su tendencia política:

—los asientos de la derecha eran ocupados por los constitucionales, simpatizantes de la monarquía siempre que ésta respetara la Constitución;

—a la izquierda se situaban los republicanos, que finalmente quedarían divididos en girondinos (defensores de los intereses de la gran burguesía) y jacobinos (partidarios de una república decorte popular y democrático).

En abril de 1792. La Asamblea aprobó declarar la guerra a Austria y Prusia, países absolutistas donde estaban refugiados muchos de los nobles que habían huido de Francia y que en ese momento se organizaban militarmente para regresar y acabar con la revolución. Al sospecharse que existía un pacto entre Luis XVI y los ejércitos enemigos, el 10 de agosto las clases populares de París (los llamados sans-culottes) asaltaron el palacio real. Ese mismo día, los diputados de la Legislativa decidieron encarcelar al monarca y disolverse para que una Convención Nacional, elegida por sufragio universal, estableciera en Francia un nuevo régimen político.

La Convención proclamó la República como sistema de gobierno. Los diputados jacobinos, a cuyo frente estaba Robespierre pasaron entonces a dominar la situación. A principios de 1793,

Luis XVI fue juzgado: acusado de alta traición, sería condenado a morir en la guillotina. Su ejecución provocó el ataque de las monarquías europeas y el levantamiento de los franceses que habían permanecido fieles al rey.

Para defender la revolución, los jacobinos implantaron un régimen de dictadura durante el cual se persiguió a todo aquel que no simpatizase con la República y se guillotinó a gran número de ciudadanos: nobles, clérigos, girondinos y muchos «sospechosos». Este periodo de persecuciones y condenas es conocido por el nombre de El Terror.
Durante el tiempo que estuvieron en el poder, los jacobinos elaboraron una nueva Constitución, más democrática que la anterior, y dictaron leyes populares que impidiesen la subida del coste de la vida (así, por ejemplo, una ley fijó los precios máximos autorizados para los productos de primera necesidad; otra impuso durísimas penas a los comerciantes que traficasen ilegalmente con tales productos). Pero pronto se produjo la reacción contra la república popular que querían implantar Robespierre y sus partidarios, quienes fueron ejecutados, tras un golpe de Estado, en julio de 1794. De esta forma, la gran burguesía francesa tomó nuevamente en sus manos el poder político, cuyo control había estado a punto de perder.

EL MOVIMIENTO OBRERO

LAS NUEVAS CLASES SOCIALES

BURGUESÍA Y PROLETARIADO

La revolución industrial significó un cambio radical de la economía, que dio lugar a una transformación importante en la organización de la sociedad. A partir de entonces el capitalismo se impondrá como sistema económico dominante, y la sociedad quedará básicamente dividida en dos nuevas clases sociales: la burguesía y el proletariado.

La BURGUESÍA es la clase dominante del sistema capitalista por ser la propietaria de los medios de producción (las materias primas, las fábricas, las máquinas, la tierra, etc.) y por ser la dueña delcapital. Se llama capital al dinero que se emplea en comprar medios de producción y en pagar manode obra para obtener beneficios. De manera que puede hablarse de varios tipos de burguesía:una burguesía industrial, propietaria de las fábricas; una burguesía comercial o mercantil, dueñade los almacenes distribuidores de mercancías; una burguesía financiera, dueña del dinero, y una burguesía agraria, propietaria de la tierra.

El PROLETARIADO es, en el sistema capitalista, la clase dominada que no es propietaria de ningún medio de producción y que sólo posee su fuerza de trabajo (su capacidad física y mental), que ofrece al burgués para recibir a cambio un salario.
El sector más característico del proletariado está compuesto por los obreros que trabajan en la industria. La introducción de maquinaria y la concentración del trabajo en fábricas arruinaron a los artesanos, que no pudieron competir con la producción en cadena, ni con la variedad de productos, ni con los precios ofrecidos por la industria.

De esta forma, el artesano fue poco a poco sustituido por el obrero industrial.

LAS CONDICIONES DE VIDA DE LA CLASE OBRERA

El proletariado industrial —formado por la gran masa de obreros que trabajaba en las fábricas de la burguesía— tuvo que soportar unas condiciones de vida infrahumanas. Estos obreros (o proletarios) debían cumplir con una jornada laboral bastante larga: trabajaban de doce a catorce horas diarias, y sólo tenían un día de descanso a la semana. Además, los salarios que recibían eran tan bajos que apenas llegaban para pagar los gastos de vivienda y alimentación. Las faltas cometidas contra la disciplina de la fábrica se castigaban con fuertes multas, descontadas del sueldo.

Es necesario señalar que la mayor parte de la mano de obra empleada en la industria textil era infantil y femenina, a la cual se le daba un salario todavía inferior al de cualquier obrero. También se contrataba a mujeres y niños para la dura tarea de arrastrar carretas en las minas de carbón, húmedas y mal ventiladas.

Por otra parte, los trabajadores llegados del campo para emplearse en la industria fueron a vivir a las afueras de las ciudades, donde se levantaron barrios obreros que no tenían las más mínimas condiciones higiénicas: sus calles carecían de alcantarillado para evacuar las aguas sucias, y sus casas, a veces de una sola habitación, alojaban a una o varias familias. Si a esto añadimos la falta de asistencia médicas resulta lógico que en tales barrios fuera elevado el índice de enfermedades infecciosas (cólera, tifus, fiebres malignas, etc.).

Toda esta miserable situación dio lugar a un considerable aumento de la delincuencia, en forma de pequeños robos para poder seguir viviendo. Muchas jóvenes obreras se vieron obligadas a practicar la prostitución a fin de salvarse del hambre. Niñas y niños, que incluso empezaban a trabajar a los cinco años, no recibían ningún tipo de enseñanza. Ni la diversión, ni el descanso, ni las actividades culturales existían para los obreros, quienes gastaban su escaso tiempo libre en las tabernas, lo que favorecía el alcoholismo.

La SOCIEDAD CANARIA seguirá siendo ante todo rural: una minoría terrateniente prolongó hasta bien entrado el siglo XX su control sobre una población en su mayoría campesina que, en gran medida, dependía de sus exiguos salarios para sobrevivir. Al mismo tiempo, se va haciendo patente el proceso de proletarización de los jornaleros empleados en las fincas plataneras, y de los aparceros y peones del tomate. En tareas como los empaquetados o la zafra se prefería mano de obra femenina, peor remunerada.

Desde finales del siglo XIX, y en estrecha conexión con el auge de la actividad de los puertos y de la exportación frutera, se produce el desarrollo económico de Las Palmas y Santa Cruz, ciudades que vieron afirmarse a la burguesía mercantil como una clase social que, aunque dependiente de las firmas extranjeras, evolucionó en su poderío gracias a los negocios portuarios.

Otro fenómeno social urbano destacable es la formación de la clase obrera, con la consecuente irrupción del movimiento proletario en las Islas. Los obreros portuarios, quienes en general trabajaban para empresas extranjeras, recibían por su dura labor un sueldo al límite de un modesto nivel de vida, pero siempre muy superior al de los jornaleros agrícolas. La prensa del momento se hace eco de la pésima higiene ambiental que debían soportar los trabajadores de los muelles, en especial los obreros de la carga negra o carboneros, así como del abismal contraste entre las viviendas de las familias pudientes y las míseras casas —cuando no chabolas— que formaban los barrios donde residía la mano de obra llegada del campo o de las otras islas (Barrio de La Luz, Arenales, San

José, en Las Palmas; el Toscal, Duggi, Llanos, Nuevo Obrero, en Santa Cruz de Tenerife).

LUCHA DEL PROLETARIADO POR SUS DERECHOS

LAS PRIMERAS ASOCIACIONES

Fueron precisamente sus precarias condiciones de vida las que hicieron que los trabajadores fueran tomando conciencia de su situación de clase social subordinada y comenzaran a luchar por sus derechos.

Desde el principio de la revolución industrial tienen lugar levantamientos del proletariado contra la explotación de la burguesía: grupos de obreros ingleses se organizaron espontáneamente para destruir las máquinas industriales, a las que acusaban de provocar el paro forzoso. Pero esta primaria forma de lucha (ludismo)
Duró corto tiempo y sólo se llevó a cabo en algunos lugares de Inglaterra, luego en Francia e incluso, más tarde, en España. Cabe resaltar la quema de la fábrica El Vaporde entre los conflictos sociales habidos en la Barcelona de 1835, y que motivaron el destierro a

Canarias de algunos de sus instigadores.

Poco a poco, la clase asalariada entendería que la única manera de obtener ciertas mejoras laborales era mediante la formación de asociaciones obreras.
Fueron también los proletarios ingleses los primeros que lograron, en 1824, el reconocimiento legal del derecho para asociarse y crear uniones sindicales de oficio (Trade-Unions) que agrupaban por profesiones a los obreros más cualificados: impresores, sastres, ebanistas, orfebres, sombrereros… Los trabajadores con menores ingresos

—sobreexplotados y, por ello, con escasas posibilidades para la reflexión— tardarían todavía en organizarse. Mientras, el proletariado de las demás naciones iba conquistando sus derechos de reunión y asociación en lucha contra los capitalistas, quienes tratarán de derogarlos aprovechando coyunturas de dureza política.

A lo largo del siglo XIX hicieron su aparición en España las sociedades obreras de ayuda mutua.

Sabemos que las que surgen antes en CANARIAS lo hacen a partir de 1870 y que, aunque tenían un carácter más mutualista que sindical, eran ya asociaciones de trabajadores de resistencia a la explotación patronal. Para entonces el movimiento obrero contaba en Europa no sólo con sindicatos propios, sino además con partidos que defendían en la escena política las reivindicaciones del proletariado.

MARXISTAS Y ANARQUISTAS

Dos corrientes del pensamiento socialista atrajeron a las masas trabajadoras: el marxismo y el anarquismo. En principio, ambas doctrinas abogaban por conseguir, mediante la revolución, una sociedad igualitaria en la cual los medios de producción deberían ser propiedad de toda la comunidad.

Había, no obstante, claras diferencias entre una y otra tendencia.

Karl Marx, el más influyente de los pensadores socialistas, fue el artífice de una extensa producción escrita que constituye el soporte teórico del comunismo, e intervino además directamente en el desarrollo y orientación del movimiento obrero de su época. En colaboración con su amigo

Friedrich Engels redactó el Manifiesto Comunista (1848), en el que aparece condensado el esquema general de su concepción materialista de la historia, según la cual la contraposición entre opresores y oprimidos —esto es, la lucha de clases— ha sido el motor de la evolución histórica que, después de atravesar las etapas esclavista y feudal, dio paso al modo de producción capitalista.

Marx y Engels consideraban, sin embargo, que el capitalismo porta en sí mismo los gérmenes de su autodestrucción, y que es el proletariado la nueva clase revolucionaria cuya misión será desalojar del poder político a la burguesía para implantar un Estado obrero (la dictadura del proletariado), que habrá de extinguirse cuando se construya la definitiva sociedad sin clases. El Manifiesto concluye con la célebre divisa internacionalista: « ¡Proletarios de todos los países, uníos!» Refugiado finalmente en Londres, Marx elabora su máxima obra, El Capital, al tiempo que participa con entusiasmo en la gestación de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT). Esta primera

Internacional (1864-1876) intentó reunir en una sola organización a las asociaciones obreras de las distintas naciones con el fin de extender a escala mundial la lucha contra el capitalismo.

El principal adversario de Marx en el seno de la Primera Internacional fue el exiliado ruso Mijaíl

Bakunin, uno de los grandes teóricos del anarquismo.
Sus seguidores acabarían siendo expulsados de la AIT, organizando luego congresos propios al margen de los marxistas. Bakunin defiende la libertad como derecho absoluto y se muestra contrario a todo tipo de autoridad; el hombre no debe reconocer ninguna subordinación: ni a Dios, ni a las leyes, ni al Estado… Por ello, sus críticas van dirigidas hacia cualquier forma de ejercicio del poder, aunque se presente como revolucionario.

Fundamental aspecto éste del pensamiento bakuninista que influyó decisivamente en el príncipe Kropotkin, rebelde antizarista —también en el exilio—, doctrinario del comunismo libertario (así llamado para diferenciarse del autoritario o marxista).

Los anarquistas proponen una sociedad alternativa basada en la autogestión, que funcione por medio de federaciones asociadas de trabajadores, cuyas decisiones se tomen de forma asamblearia.

Lograr esta nueva organización social no es posible sin una revolución inmediata, antiautoritaria desde el comienzo, y que a través de la acción directa, consiga la liquidación del Estado, fuente de todos los males. Es imprescindible —argumentan— eliminar la propiedad privada, pues confiere poder a quienes la disfrutan y, en consecuencia, crea la desigualdad entre los que mandan y los que obedecen. «La propiedad es un robo», decía Pierre Joseph Proudhon, el pionero de las ideas libertarias.

El anarquismo se difundirá ampliamente tanto por Europa como por Estados Unidos, aunque fue España el país donde tal corriente ideológica tuvo especial incidencia. En CANARIAS la vertiente anarcosindicalista iba a convertirse en tendencia hegemónica entre la clase trabajadora del área

Santa Cruz-Laguna. En cambio, la ciudad de Las Palmas y el Valle de La Orotava, donde empleados de las casas británicas divulgan las experiencias de las Trade-Unions, serán lugares de futura implantación socialista.

En numerosos países europeos, la multiplicación de partidos socialistas influidos por el marxismo creó las condiciones para formar desde 1889 la Segunda Internacional, de la que quedaron excluidos los anarquistas. El Congreso fundacional de esta nueva Internacional Socialista declaró el uno de mayo día de manifestación reivindicativa de los trabajadores de todo el mundo, estableciendo como objetivo prioritario de sus luchas la jornada laboral de ocho horas.
La fecha elegida conmemora la sangrienta represión ejercida sobre los obreros de Chicago tres años antes, cuando se movilizaron para exigir las 8-8-8 («¡Ocho horas de trabajo! ¡Ocho horas de reposo! ¡Ocho horas de educación!»)

Las celebraciones de la Fiesta del Trabajo no principian en CANARIAS hasta 1901; ese primero de mayo recorrieron las calles santacruceras unos cinco mil manifestantes. A partir de 1914 comienzan su andadura en estas islas las Federaciones Obreras que, integradas por sociedades o sindicatos, asumieron como objetivos básicos la defensa solidaria de los intereses de las clases populares y la coordinación de sus luchas reivindicativas. Anarquistas y socialistas pugnarán por hacerse con la hegemonía ideológica en el seno de dichas federaciones.

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