21 Mar

La Crisis de la Restauración Borbónica (1902-1923)

En 1902 accede al trono Alfonso XIII, conAntonio Mauracomo jefe del Gobierno procurando impulsar una política de apertura que evitara la temida revolución obrera: eliminación o atenuación delcaciquismoelectoral ydescentralizaciónadministrativa. Pero el ejército, dolido con la derrota y las fuertes críticas de la opinión pública tras la guerra, se enfrenta con el sistema y mantiene constantes amenazas hacia el proceso modernizador.

El gobierno mantiene ocupado al ejército en África, en Marruecos, donde comparte España la colonización con Francia, llegando a implantar el Protectorado español de Marruecos en 1912; y es que, desde 1908, se venían recrudeciendo los enfrentamientos con determinados sectores tribales de la población marroquí. La Semana Trágica de Barcelona (verano de 1909) será la contestación popular al injusto sistema de reclutamiento de tropas establecido y determinará que Maura pierda el poder, siendo sustituido por el gobierno liberal de José Canalejas. Pero éste apenas si pudo adoptar algunas medidas de descentralización, hasta su asesinato en 1912 a manos de un anarquista. Se suceden después los gobiernos del Conde de Romanones y Eduardo Dato.

A raíz del impacto económico y social de la Primera Guerra Mundial, a pesar de que España se mantuvo neutral, se inicia la crisis del sistema del turno que termina con la adopción de una salida autoritaria a la misma: la Dictadura de Primo de Rivera.

El fracaso de la reforma del sistema «desde arriba» (1902-1914)Editar

La derrota frente a los Estados Unidos y la pérdida de los últimos restos del Imperio colonial por el Tratado de París, abrieron el camino para una crítica, más global que sistemática, de la realidad nacional. En este momento surgen actitudes reformistas incubadas ya con anterioridad al desastre. Un deseo de cambio al que no se sustrajo el régimen político, gravemente erosionado por su carácter excluyente, y por su incapacidad para integrar a las nuevas fuerzas emergentes, al hilo del proceso de modernización de la realidad española.

Se intentaron reformas controladas por el sistema (Maura, Canalejas), fracasadas por no haber aceptado con franqueza los planteamientos regeneracionistas, y no asumir el nuevo talante democrático que impónía la irrupción de las masas en la vida pública. A esta impotencia política se añadió la crisis interna del sistema debida a la fragmentación de los partidos del turno, tras la pérdida de los líderes históricos, Cánovas y Sagasta, respectivamente en 1897 y 1903.

Los conservadores, tras la retirada de Silvela, encontraron en Maura a un líder indiscutible, pero tras la Semana Trágica de Julio de 1909, se sentaron las bases para una escisión entre los partidarios de Dato, los mauristas, además de otras facciones más autoritarias y oportunistas que se agruparon en el “ciervismo”. Por su parte, los liberales, parecieron encontrar un líder en Canalejas, pero su muerte prematura en 1912 fragmentaría al partido entre los liberales ortodoxos de Romanones y los liberal-demócratas de García Prieto.

El inicio del reinado de Alfonso XIII, que tuvo lugar el 17 de Mayo de 1902, se vio marcado por el ascenso de las fuerzas políticas regionalistas, obreristas y republicanas, así como un recrudecimiento anticlericalismo, y la explicitación agresiva de un militarismo, hasta entonces latente. Sagasta, el viejo líder liberal, dejó el poder el 6 de Diciembre de 1902, para morir menos de un mes después. Fue sustituido por un gobierno conservador dirigido por Francisco Silvela, asistido por Antonio Maura en el Ministerio de Gobernación. Tras cinco meses de preparativos, en los que Maura inició una campaña de desmantelamiento de las redes caciquiles, que resultó incompleta, las elecciones se celebraron el 8 de Marzo. El resultado fue el de la consabida mayoría para el partido en el poder y la leal oposición, con 230 escaños para los conservadores, y 93 para los liberales oficiales. Si bien se produjo un gran avance de republicanos (36 diputados) junto a regionalistas y carlistas, con 7 escaños cada uno. Estos resultados llenaron de enojo a Alfonso XIII, que reprochó a Maura su “honradez electoral”, aunque manifestara en público su satisfacción.

En los años posteriores se clarificaron los respectivos liderazgos de los dos grandes partidos que seguían el turno. Retirado Silvela de la presidencia del gobierno, la disputa por su sucesión entre Fernández Villaverde (fugaz presidente hasta Noviembre) y Antonio Maura, se resolvíó finalmente a favor de este que capitaneó un gobierno conservador hasta un incidente con el joven Rey, que forzó su dimisión en Diciembre de 1904. Tocaba el turno a los liberales, que tras otros dos breves interregnos de Azcárraga y Fernández Villaverde, accedieron al gobierno el 23 de Junio de 1905. Presidíó el ejecutivo Montero Ríos, político superviviente del Sexenio Democrático, y en realidad cabeza nominal de una disidencia, el Partido Demócrata radical, inspirada por José Canalejas, frente al liberalismo tradicional encarnado por Segismundo Moret. Sin embargo, los liberales se presentaron unidos en las elecciones de Septiembre de 1905, obteniendo una victoria sin complicaciones, con 229 diputados, ante el retraimiento del electorado y el estancamiento de los republicanos y regionalistas.

Se suceden varios fugaces gobiernos liberales (Montero Ríos, Moret, López Domínguez, Vega de Armijo), que muestra la falta de liderazgo, lo que condujo finalmente a ceder el poder a Maura, entonces indiscutido jefe conservador, y dispuesto, en principio, a continuar la política regeneracionista ya iniciada en 1904. Sin embargo, las elecciones del 21 de Abril de 1907 fueron controladas de manera escandalosa por el Ministro de Gobernación Juan de la Cierva, superando, incluso, los métodos de Romero Robledo. Los conservadores obtuvieron una abrumadora victoria con 252 diputados, y ello condujo a un retraimiento de los liberales como protesta ante los métodos de De la cierva.

Antonio Maura, durante el denominado “gobierno largo”, con intentos renovadores, se dispuso a realizar su revolución desde arriba, centrada en la culminación de proyectos reformistas como el pleito autonomista catalán y el intento de descuaje del caciquismo mediante las reformas de las leyes municipal y electoral. En este último apartado se planteó realizar una reforma introduciendo el sistema proporcional, o eliminar las circunscripciones uninominales, proclives al caciquismo; sin embargo, la nueva ley electoral aprobada, si bien introdujo novedades como el voto obligatorio o la introducción de algunos métodos para velar por la pureza del proceso, como la constitución de las Juntas del Censo, en esencia no corrigió las disfunciones del sistema electoral, e incluso, las agravó con el tristemente famoso artículo 29, con el que resultaban automáticamente electos, sin necesidad de votación, los candidatos que se presentaran en solitario. Eso significó el reconocimiento legal a la inveterada costumbre del candidato único, en general afín al gobierno, y común, sobre todo, en las zonas rurales.

Además de la uníón de liberales y republicanos en la oposición, mediante un bloque de izquierdas, la creciente implicación en Marruecos degeneró en una guerra colonial abierta en el verano de 1909 (guerra de Melilla), y fue la causa del estallido de violencia popular en la Semana Trágica barcelonesa de finales de Julio, debida a la movilización de los reservistas. La represión posterior, incluido el fusilamiento de Francisco Ferrer Guardia, fundador de una escuela anarquista, concitó, no sólo la condena por parte de la opinión pública extranjera, sino el acoso de la oposición hasta lograr la dimisión de Maura.

La cabeza del frente antimaurista la llevó Segismundo Moret, que obtuvo el poder el 22 de Octubre, aunque el Rey, en una acción sin precedentes le negó el Decreto de Disolución de las Cortes, por lo que el gobierno estuvo en una situación provisional, hasta que José Canalejas, verdadero restaurador de la unidad del partido liberal, accedíó a la presidencia del Consejo de Ministros en Febrero de 1910. Ahora obtuvo la disolución, y se convocaron elecciones en Mayo, con una peculiar situación de enfrentamiento de los dos partidos dinásticos, por vez primera en toda la Restauración. Los dos partidos, además, se presentaban unidos y sin fisuras, con dos líderes fuertes, Antonio Maura y José Canalejas. Sin embargo, por la aplicación del mencionado artículo 29, el 30% de la población fue privada de voto, lo que benefició al partido en el gobierno, en este caso el liberal. El partido en el gobierno obtuvo 219 diputados, el menor número de todas las celebradas, y la oposición conservadora, 102, el mejor resultado para la oposición, no ya hasta el momento, sino incluso, nunca superado después. Además, los republicanos, con 37 escaños, obtuvieron un magnífico resultado, presentándose en esta ocasión coaligados con los socialistas que obtuvieron, por primera vez, un escaño que ocupó Pablo Iglesias.

Durante el gobierno de Canalejas, para evitar el crecimiento del clericalismo, se promulgó la ley del candado que prohibía la implantación de nuevas órdenes religiosas en España. También se intentó paliar las disfunciones del sistema parlamentario por medio de medidas para rectificar el sistema electoral, realizando para ello un proyecto de ley que pretendía reducir el peso de los distritos rurales. Desgraciadamente, estas reformas nunca se llevaron a cabo, y las contradicciones entre el sistema político-electoral y la realidad socioeconómica fueron agravándose cada vez más.

También el gobierno de Canalejas actuó con decisión en el problema de Marruecos, iniciando negociaciones con Francia para delimitar las respectivas zonas de influencia. Sin embargo, en 1912, se truncaron las obras de renovación iniciadas por Canalejas, por el atentado que acabó con su vida el 12 de Noviembre de 1912.

La crisis del sistema del turno (1914-1922)Editar

Tras unos gobiernos de transición de Manuel García Prieto y el conde de Romanones, se encargó el gobierno al conservador Eduardo Dato, quien convocó elecciones en Marzo de 1914. El artículo 29 seguía plenamente vigente, por lo que el gobierno volvíó a ganar, aunque con una exigua mayoría de 188 escaños, que, por primera vez, no era lo suficientemente holgada para gobernar, si bien la oposición estaba bastante fragmentada. Por ello, el gabinete datista buscó el apoyo de otras minorías conservadoras para mantenerse, de forma inestable, hasta Diciembre de 1915. Tras el fracaso, se formó un gobierno liberal presidido por Romanones, que convocó elecciones para Marzo de 1916, que arrojaron esta vez una clara mayoría liberal, aunque un 35% de los diputados fueron electos sin votación. El sistema está en franca descomposición, el Gobierno se adjudica las mayorías, y reparte los huecos entre las minorías. Los niveles de nepotismo también son escandalosos, 54 diputados son familiares de las grandes figuras de la política, entre ellos Romanones tenía a su hijo y a su yerno. No resulta extraño que la diferencia entra la España real y la España oficial fuese cada vez más patente e insondable.

España decide permanecer neutral en la Primera Guerra Mundial, pero desaprovecha económicamente la oportunidad que se le brinda de colocarse en posición de privilegio dentro de una economía de guerra. Los partidos dinásticos no terminan de conectar con la sociedad civil y el PSOE, los republicanos, los nacionalistas catalanes y los nacionalistas vascos con el PNV, representan mejor las aspiraciones populares. El año 1917 es el de las revueltas: el ejército se une en torno a las Juntas de Defensa en sus enfrentamientos internos; republicanos y socialistas se alían para ofrecer una alternativa al sistema político (Asamblea de parlamentarios), al igual que los nacionalistas catalanes y vascos, y son suspendidas las garantías constitucionales; la huelga general revolucionaria de Agosto de 1917 provoca graves enfrentamientos entre sindicatos y fuerzas del orden.

Agotadas las posibilidades de los liberales, Eduardo Dato reasume la presidencia, con un clima de creciente conflictividad, debido a la injerencia del ejército, las reivindicaciones regionalistas catalanas y las contradictorias repercusiones socioeconómicas de la Gran Guerra; además, se sumó a ello la huelga general revolucionaria del verano de 1917, en un proceso que se conoce por la historiografía como crisis de 1917; lo que condujo finalmente a la dimisión del Gabinete datista. La gravísima crisis se conjuró por medio de un gobierno de amplia concentración de partidos dinásticos, entre los que se incluyó, por primera vez, a los catalanistas. El gobierno fue presidido por García Prieto, y convocó elecciones en Febrero de 1918, caracterizadas por una extrañísima sinceridad electoral, lo que se tradujo en un resultado incierto. Los liberales fueron los ganadores, con 167 escaños, si bien las disensiones entre ellos hacían que la minoría mayoritaria fueran los conservadores oficiales. Los republicanos históricos continuaron su decadencia, si bien ello se compensó con el auge de los socialistas y los republicanos reformistas.

Curiosamente, esta sinceridad contribuyó a agravar la crisis del sistema, formándose un Gobierno Nacional, presidido por Maura, y con presencia de todos los jefes parlamentarios de los partidos afines a la monarquía; pero este esfuerzo sólo duró 7 meses, debido fundamentalmente a las diferencias entre estos jefes. Por ello, en Junio de 1919, el nuevo gobierno conservador de Maura tuvo que convocar nuevas elecciones, con una suspensión de las garantías constitucionales. Las minorías de izquierda declararon a las nuevas Cortes facciosas. Las diferencias en el seno de las filas conservadoras llevaron a que las nuevas Cortes fueran, si cabe, más ingobernables todavía, pues aunque los conservadores fueron los ganadores, estaban divididos en dos facciones de similar envergadura. Por ello, tras varios gobiernos, de nuevo fueron convocadas elecciones por Dato, en Diciembre de 1920, donde el gobierno recuperó sus tradiciones poco ortodoxas, acuciado por los problemas, y tratando de buscar una mayoría sólida, cosa que logró, con 232 escaños conservadores, 185 de los cuales alineados con los datistas gubernamentales.

Los sucesivos gobiernos no consiguen apaciguar los ánimos. La Revolución rusa influye en los sindicatos, sobre todo la CNT, que hasta 1921 mantendrán revueltas en toda España, desde Andalucía a Cataluña (Trienio Bolchevique). Ese año es asesinado Eduardo Dato en otro atentado anarquista y hasta 1923 hubo trece gobiernos distintos en seis años. El Desastre de Annual en Marruecos terminará por llevar al gobierno de García Prieto en 1922 a un último intento de regeneracionismo.

El último gobierno constitucional de la Monarquía (1922-1923)Editar

El gobierno liberal de Manuel García Prieto, constituido el 7 de Diciembre de 1922, con el apoyo de los reformistas de Melquíades Álvarez, uno de cuyos miembros, José Manuel Pedregal ocupa la cartera de Hacienda, lleva en su programa la reforma de la Constitución, incluido el artículo 11 que establece la confesionalidad del Estado (aunque sin proclamar la separación de la Iglesia y el Estado), intentando solucionar así «el problema religioso clerical» (como lo llamó un comentarista de la época).[2]

Sin embargo, cuando convoca en Abril de 1923 las elecciones (que serán las últimas de la Restauración)vuelve a recurrir al viejo sistema de «oligarquía y caciquismo» denunciado veinte años antes por Joaquín Costa, entre otros, para dotarse de una mayoría afín en las Cortes que apruebe las reformas. En el periódico La Voz, en el número del 6 de Marzo de ese año se presentaba una curiosa estadística de vinculaciones familiares de los candidatos: 59 hijos, 14 yernos, 16 sobrinos y 24 con otros parentescos relacionados con los fundadores de dinastías políticas, 52 de ellos para los conservadores y 61 para los liberales; y ello sin contar los pasantes y protegidos. Además, los candidatos electos sin votación, gracias al artículo 29 batieron el récord con 146 escaños. Los liberales, en coalición con los reformistas consiguieron 223 escaños, mientras que los conservadores lograron 108, de ellos, 81 para los oficialistas de Sánchez Guerra, 16 para los ciervistas y 11 para los mauristas. Las críticas del diario ABC a estas últimas elecciones son un claro exponente del cansancio al que había llegado la opinión pública por las reiteradas manipulaciones de la voluntad popular:

A pesar de contar con una mayoría holgada en las Cortes, los proyectos renovadores de García Prieto se vieron obstaculizados por la propia Corona, por el Ejército y por la Iglesia católica. Por ejemplo, bastó la protesta de un cardenal y del nuncio para que la propuesta de cambio del artículo 11 fuera retirada. Finalmente la instauración de la Dictadura de Primo de Rivera el 13 de Septiembre de 1923, con la aprobación del rey Alfonso XIII, puso fin a cualquier nueva iniciativa reformista 

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