06 Mar

La imaginería española


La escultura barroca española está estrechamente unida a la realidad social e ideológica del Siglo XVII en nuestro país. Es una escultura profundamente religiosa que sirve de vehículo a las ideas del Concilio de Trento. Su extraordinario Realismo e intenso contenido emocional tienen como objetivo incrementar el fervor y la devoción del pueblo. Los principales comitentes serán los monasterios, las parroquias y las cofradías. Se realizan numerosas imágenes devocionales de Cristos, Vírgenes y Santos, lo que conocemos como imaginería, que responden a la importancia que la Contrarreforma otorga a las imágenes, rechazadas por los protestantes. También magníficos pasos procesionales, puesto que en esta época surge la costumbre de sacar en procesión las imágenes de los santos. Se trata de figuras individuales o de grupo, encargadas por las cofradías y pensadas para ser vistas por las calles con motivo de la conmemoración de la Pasión de Cristo en la Semana Santa. Son conjuntos narrativos de gran teatralidad en los que se utilizan variados recursos expresivos para lograr un fuerte impacto emocional sobre los fieles. Otra tipología que alcanza gran desarrollo en este periodo es el retablo que se ajusta a la disposición establecida en el Renacimiento, aunque con una mayor exuberancia decorativa. En ellos se representan escenas religiosas complejas dotadas de gran expresividad, intensamente emotivas y dramáticas. El material más utilizado en la escultura barroca española será la madera policromada por muy variadas razones. En primer lugar, se trataba de un material más económico. Era, además, más ligero si tenemos en cuenta que los pasos procesionales se transportaban a hombros. Pero, sobre todo, con la madera policromada se conseguía un extraordinario Realismo, reforzado con la utilización de cabellos reales, uñas y dientes de asta, ojos y lágrimas de cristal, e incluso ropas auténticas en algunas imágenes. Josefina Sánchez Paniagua 29 IES Tubalcaín (Tarazona) En la primera mitad del Siglo XVII destacan en la producción escultórica dos escuelas: la escuela castellana, cuyo foco más importante será Valladolid y su figura más representativa Gregorio Fernández y la escuela andaluza con un foco en Sevilla, donde trabaja Martínez Montañés, y otro en Granada donde destaca la figura de Alonso Cano, al que seguirá su discípulo, Pedro de Mena. Ya en el Siglo XVIII hay que señalar la importancia de Murcia con Francisco Salzillo.

Escuela Castellana

Gregorio Fernández (1576-1636). De origen gallego, se trasladó a Valladolid atraído por la estancia de la corte en la ciudad entre 1601 y 1606. Su obra se difundíó por amplias zonas de la geografía peninsular. El gran número de encargos explican la importancia de su taller. Su obra se caracteriza por un extraordinario Realismo. El tratamiento dado a los ropajes, con pliegues duros y angulosos que crean poderosos efectos de claroscuro, refleja el influjo de la pintura flamenca.
En su producción destaca la realización de numerosos retablos y pasos procesionales concebidos como escenas narrativas con varias figuras de tamaño natural que revelan grandes dotes para la composición espacial y para el manejo de los recursos escenográficos. De entre sus pasos procesionales es magistral el de La Piedad, en el que se refleja el profundo dramatismo del dolor y una honda comprensión del sufrimiento humano, y el del Descendimiento. Sin embargo, la aportación más interesante de su arte son las imágenes de devoción, creando tipos iconográficos de gran influencia posterior como el Cristo yacente, la Piedad con el Cristo muerto, Cristo atado a la columna, Cristo crucificado o la Inmaculada Concepción. También habría que destacar sus imágenes de santos. 

Escuela Analuza

 Alonso Cano (1601-1667) es sin duda una de las personalidades más singulares de su tiempo. Fue un artista polifacético (arquitecto, escultor y pintor) al igual que los grandes artistas del Renacimiento. Nace en Granada, pero muy pronto se establecíó con su familia en Sevilla, donde se formó como pintor y escultor. Posteriormente se establece en Granda donde realiza su actividad escultórica más importante. Su concepto de la belleza está lleno de serenidad y una cierta idealización. Pedro de Mena (1628-1688) fue el más estrecho colaborador de Alonso Cano y el verdadero sucesor de su estilo, aunque su obra es mucho más realista y menos contenida que la de su maestro, con un patetismo algo teatral. Creación suya son los bustos, con frecuencia emparejados, de la Dolorosa y el Ecce Homo. También destacan sus imágenes de ascetas, tratadas con una estricta fidelidad al natural, en las que logra efectos de gran intensidad dramática. Una de sus mejores obras es la Magdalena penitente. En el Siglo XVIII alcanza gran importancia la zona murciana con la figura indiscutible de Francisco Salzillo (1707-1783), que gozó siempre de amplio prestigio y gran popularidad. Su arte tiene profundas raíces en el mundo napolitano. Francisco Salzillo posee un innato sentido de la elegancia y un excelente conocimiento anatómico. Destacan sus pasos procesionales que presentan casi toda la narración evangélica de la Pasión a través de composiciones de intenso Realismo. También fue notable su actividad como belenista.

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