04 Ago

EPÍGRAFE 12: Isabel II, LA DÉCADA MODERADA (1844-1854)


En otoño de 1843, las Cortes votaron la mayoría de edad de Isabel II, iniciando a los trece años su reinado efectivo (…-1868), el cual significó la auténtica construcción del nuevo Estado liberal. Pueden distinguirse en estos años varias fases: una Década moderada, un Bienio progresista y por último la Uníón Liberal y el retorno del moderantismo.

En la Década moderada (1844-1854), Narváez, líder de los moderados, estuvo al frente del gobierno. Nombró jefe de gobierno a Olózaga, diputado progresista y preceptor de la reina, quien realizó varias reformas, mas fue acusado falsamente por los moderados de forzar a la reina a firmar la disolución de las Cortes, y tuvo que exiliarse. Tras esto, Narváez nombró presidente del gobierno a González Bravo, moderado que reprimíó con dureza los levantamientos progresistas, aumentó el número de policías y creó la Guardia Civil. Con el regreso de María Cristina en Abril de 1844, cesó este gobierno y el propio Narváez tomó las riendas del poder.

Narváez presidíó cuatro gobiernos hasta 1850, cuando le relevó González Bravo. Durante toda la década, los problemas en el partido moderado fueron frecuentes, pero Narváez como presidente, establecíó un sistema político estable a través de una extensa legislación, donde suspendíó la venta de bienes desamortizados; se creó el Plan Pidal (1845) que establecíó el modelo educativo vigente en la España del Siglo XIX, con tres niveles educativos.


Creó las leyes de administración local y provincial (se crea el cargo de gobernador civil y se suprime el carácter electivo de los alcaldes, siendo elegidos por el Gobierno), la nueva ley de Hacienda;
Se aprobó un nuevo Código Civil y Penal.

Además de estas reformas, se promulga la Constitución del 1845, de corte moderado y basada en el liberalismo más conservador, donde se establece la soberanía compartida (Rey-Cortes), la unidad católica de España, el sufragio censitario y la supresión de la Milicia Nacional. El Senado pasó a ser enteramente de designación real, donde los senadores (miembros de la Iglesia, ejército y oligarquía) aceptaban su cargo vitalicio.

Estos cambios dieron lugar a una nueva administración y aumentó el número de funcionarios, los cuales cambiaban según el gobierno de turno, lo que introdujo la práctica de las cesantías.

Narváez tuvo que enfrentarse no sólo a los progresistas y demócratas, sino también a rebeliones militares, una segunda guerra carlista, y a la división de su propio partido, pues se crearon tres tendencias:
Una de centro, que dirigía él; otra más conservadora y autoritaria, y otra más cercana al progresismo llamada “puritana”, cuyo líder era Joaquín Francisco Pacheco, quien llegó a gobernar apenas cuatro meses.

Desde Enero de 1851 y hasta Diciembre de 1852, Bravo Murillo presidíó el gobierno y fue ministro de Hacienda. Su principal objetivo fue sanear la deuda pública, además de intentar modernizar la administración creando una burocracia moderna.


Se firmó el Concordato de 1851 con la Santa Sede, por el cual el Papa reconocía a Isabel II como reina, así como reconocían la religión católica como la única de la nacíón española. Además, el Estado se comprometía a financiar la Iglesia y entregarle el control de la enseñanza y la censura.

Los casos de corrupción y la existencia de una corriente iberista partidaria de unir las coronas de España y Portugal alimentaron la desconfianza en el sistema, lo que hizo que se ideara la sublevación de 1854, por la cual se dio paso al bienio progresista.

Durante esta primera etapa del reinado efectivo de Isabel II, destacaron cinco grandes partidos, según su tendencia, desde la izquierda a la derecha: el demócrata, el progresista, la Uníón Liberal, el moderado, y el carlista.

Estos partidos políticos, no eran más que agrupaciones de personas influyentes y poderosas, con un fuerte componente individualista, lo que les llevaba a la división interna y al enfrentamiento entre sus líderes. Además, estaban muy unidos a la prensa afín, que era un instrumento al servicio del partido.

Este sistema tenía unas determinadas carácterísticas:
Una práctica electoral sometida a la corrupción y el arreglo, la gran influencia de los líderes, el retraimiento o renuncia a participar en las elecciones, y el uso de elementos simbólicos de raíz histórica (himno de Riego, bandera tricolor, monumentos…)


Apenas tenían contacto con la realidad social a la que ignoraban, lo que les llevó a que en el sistema electoral sólo votaran los mayores contribuyentes, entre el 0,1 y el 25% de los españoles entre 1834 y 1868. En ese periodo hubo 22 elecciones generales y en casi todas triunfó el gobierno convocante.

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